lunes, 29 de agosto de 2011

Una segunda oportunidad

Se despertó sobresaltado. Seguramente había sido una pesadilla, trató de tranquilizarse y de recordar que era lo que había soñado. Pero fue inútil, sólo recordaba fragmentos deshilvanados y sin sentido.

 Era un poco más temprano de lo que solía levantarse habitualmente. Había intentado volver a dormirse, pero no lo consiguió. Estaba más oscuro que de costumbre. Los ruidos no eran los habituales, se escuchaban tal vez más apagados, sordos, un poco lejanos.

 Ese mal sueño que se esforzaba en recordar le provocaba una sensación de lo más extraña, que lo hacía sentir casi ajeno a su habitualidad. El dolor de cabeza no lo dejaba pensar bien y sentía un gusto extraño. Fue a buscar unos analgésicos pero no los encontró. Ella todavía no se había levantado y él no quería despertarla.

 La noche anterior habían tenido una discusión como nunca antes la habían tenido, ni siquiera en los peores momentos, esos que hicieron que ella decidiera tomar una pausa en la relación. Se dijeron cosas duras, hirientes, esas que solamente se dicen para herir de muerte a alguien que se ama o que alguna vez se amó.

 Después, el distanciamiento devino en una reconciliación que ella buscó porque no podía vivir sin el. Todo había quedado claro, cada uno reconoció y se hizo cargo de la parte que le tocaba. 

 Pero esa noche, sin recordar muy bien que fue lo que lo provocó, volvieron a traer todo al lugar de la contienda. No faltó nada ni nadie, todo estuvo allí, reproches, cuestiones antiguas, recientes, y tal vez futuras.

 El pensaba arreglarlo todo, no podía quedar así, no podían volver a fracasar después de todo lo que habían pasado. Se amaban, eso era un hecho. Debían estar juntos, ese era su destino.

 Así que se apuró a preparar el desayuno antes que ella se levantara. Quería sorprenderla, reconquistarla, llevarle una ofrenda de paz y disfrutar de un bello día juntos.

 Entró al cuarto que todavía estaba en penumbras, y allí la vió. Estaba acostada con los ojos muy abiertos. También se vio a sí mismo, inmóvil, empapado en sangre, con un cuchillo enterrado en su corazón. La sangre aún manaba de su boca, y ella sostenía muy fuerte su mano.