lunes, 31 de octubre de 2011

¿La resignación?

Había pasado ya más de un siglo desde ese fatídico día en el que Norberto le quitó la vida a Rita. Cegado por los celos, la frustración y la ira, y ante la negativa de su amante a seguir con una situación que la incomodaba y la hacía infeliz. En tan sólo una fracción de segundo, impulsado por una reacción que no involucró ni un solo pensamiento, se dejó llevar y la mató.

Esa vida que Rita había comenzado a vivir nuevamente, esa vida que ella sí merecía. Era la vida que había soñado y elegido por vocación desde su infancia. Tendría una vida de la que no se avergonzaría, ni escondería, muy por el contrario. La mostraría y se mostraría al mundo orgullosa de ser su feliz poseedora. Ella era una mujer que amaba y era amada, eso era lo que ella era realmente.

Pero la vida o el destino quisieron que su vida tome otro rumbo, uno muy diferente al que estaba en sus planes. Uno que Rita ni siquiera había imaginado en sus peores pesadillas. Claro, por más que se imagine, nunca se imagina lo oculto, lo que no se ve, lo que solo se siente y se presiente. Eso sólo lo sabe, quien cruza la línea de la vida, quien esta en medio como en su caso.
Rita no estaba ni viva ni muerta. Estaba sumida en el limbo, tomando el cuerpo de otros para lograr su objetivo. Era un alma torturada penando, castigada, indeseable y maltratada por ella misma. Y lo hacía por la vida que tuvo, y sobre todo, por la que no tuvo.

Desde el mismo día de su muerte se fijó una meta que sólo logró a medias. Ella ansiaba y logró mantenerse viva, para encontrar a Félix, su amado. Aquel ser generoso que había compartido con ella el secreto de la vida eterna, de la felicidad sin tiempo y del amor eterno que trasciende la carne y burla a la muerte.

En su centenario raid, se apoderó, arruinó, y sesgó, sin que nada más que ella importara, muchas vidas inocentes. Vidas que deberían haber sido vividas por aquellos a quienes les fueron dadas, no por ella.
Rita se había convertido en una hábil cazadora. Calculaba los detalles al milímetro, con la destreza y precisión de un cirujano. Nada quedaba librado al azar. Su primera posesión fue simple, pacífica, paulatina. Hilda, su primera víctima, se dejó poseer tranquilamente, tras la extraña y repentina muerte (causada por Rita) de su esposo.

Con el transcurso del tiempo, tal vez ganada por la desilusión y el desánimo de no encontrar a Félix, todo se le hizo cuesta arriba. No entendía por que el tiempo pasaba y él no iba a buscarla. Arrebataba vidas ajenas no para vivir, sino para subsistir. Era lo único que hacía, subsistía, lo buscaba y esperaba.

Estaba estancada, encaprichada, empecinada, obsesionada esperando encontrarlo o ser encontrada. No tenía otro norte. Varada en ese departamento que detestaba, que había sido mudo testigo de su desgracia, y que por períodos se convertía alternativamente en su sepultura o su cárcel. Estaba condenada a estar eternamente en ese lugar que odiaba con todas sus fuerzas, y que después de tantos años seguía oliendo a los jazmines de Norberto. Ese era el precio por haber conseguido la vida eterna, por haber vencido a la muerte.

Pero Rita nunca sospechó la verdad, ni cuáles eran las intenciones reales de Félix. Ignoraba que él era un cazafortunas, que no la quería a ella. Ignoraba que él era un cobarde, que huyó tras su muerte. Ignoraba que él murió solo, sin animarse a probar el ritual con el que ella había burlado a la muerte. Ignoraba que él había malgastado su vida, buscando el secreto de la vida eterna. Obsesionado por la idea de conseguir algo que siempre había tenido en sus manos.

Su última posesión le había resultado la más dificil, ella no dejaba de darle batalla. A veces gritaba dentro de ella por horas pidiéndole, exigiéndole y otras suplicándole que la liberara. Eso había debilitado mucho a Rita. Sú última víctima era muy fuerte, no podía doblegarla como a las demás.

Una mañana como otras, Rita se dió cuenta que ya no tenía control sobre ella. Ahora ella era la controlada. Se desesperó, vio frustrados sus planes, vió como sus sueños se hacían añicos. La posibilidad de encontrar a Félix se hizo más lejana que nunca. Entonces era Rita ahora, la que gritaba desde dentro de su poseída, la que dormía por horas, y soñaba que había encontrado a su amado y que por fin vivían felices.

Pero Rita no toleró esta situación durante mucho tiempo. Sacó fuerzas de flaquezas, se rearmó  e intentó presentar batalla. Lo que no entendía muy bien, era para que hacerlo. Volver a tomar el control del cuerpo significaba volver a la realidad. Volver a ese infierno que olía a jazmines sin él.

Así es  que comenzó un camino, quizá sin retorno, hacia la resignación. Tan paulatinamente como había llegado se fué apagando hasta casi desaparecer, Quedando allí en el interior de ella, latente. Rita fue vencida o quizás, se dejó vencer a consecuencia del cansancio, la desesperanza y la desilusión de no encontrar a su amado, de no encontrar la felicidad. Duerme siempre, porque en su sueño halló una ilusoria felicidad. En sus sueños ella está junto a su amado, viviendo la vida que quería vivir.

Tal vez Rita more en ella, hasta que ella viva. Aunque sólo tal vez…

Fin

martes, 25 de octubre de 2011

El Amado

Félix era un hombre muy interesante. Tenía un título universitario. Era alto, muy atractivo. Era un hombre muy codiciado entre las mujeres, de su círculo y de fuera de éste. Otro de sus atractivos era que provenía de una de esas familias tradicionales, con un apellido ilustre, una gran prosapia y una fortuna dilapidada (lo que era un secreto muy bien guardado). La trágica perdida de su fortuna se produjo como consecuencia de malos negocios, una vida licenciosa y a una nula intención por conseguir un trabajo como todo el mundo. Porque él y su familia no consideraban ser como “todo el mundo”. Ellos eran diferentes, pertenecían a ese nutrido grupo de los que habían sido y se desvivían por volver a ser. Esos que se aferran a un pasado glorioso, floreciente, que fue forjado por sus antepasados, y fue heredado y perdido por ellos. Los mismos que hacen cualquier cosa para mantener las apariencias, a costa de quien fuera y costara lo que costara. Contra la voluntad de sus padres, Félix había seguido una carrera que, aparentemente, en nada aportaba a mejorar su situación económica. La elección había sido motivada por una obsesión. Su obsesión la producían y alimentaban las religiones y rituales antiguos. En su adolescencia, por esas casualidades o causalidades, había llegado a sus manos un libro que mencionaba, aunque no con mucha profundad, pero sí la suficiente para apasionarlo hasta obsesionarlo, algunos rituales para conseguir la vida eterna. A partir de ese momento el mundo desapareció, y fue reemplazado por las religiones y rituales antiguos y su sed de conocimiento. Estos temas fueron preponderantes, se convirtieron en su norte, en la fuente de su interés, en su tema predominante y eterno de conversación. Así fue como comenzó su búsqueda silenciosa motivada por el deseo inmemorial de la consecución de la vida eterna. Su investigación personal y privada, motivada por causas no develadas y mezquinas. Al principio sus expediciones investigativas fueron financiadas por excéntricos familiares, todavía acaudalados, en espera de que Félix algún día escribiera un libro y se los dedicara. Pero ello nunca ocurrió. El sólo se trasladaba a recónditos y extraños lugares de este mundo, observaba, investigaba y guardaba para sí toda la información que recavaba. Como si fuera un tesoro que debía permanecer ignorado por la humanidad. Al no obtener el resultado deseado, el financiamiento familiar llegó a su fin. Por eso Félix tuvo que agudizar el ingenio y salir a buscar financistas para su proyecto más que personal. Por algún tiempo intentó con amigos de la familia y miembros del gobierno: Pero todos demostraron muy poco interés. No veían la utilidad de investigar o estudiar religiones antiguas ¿Qué se podía descubrir? Todo lo que debía saberse ya se conocía. Ya estaba todo dicho. Entonces tuvo una idea brillante, aunque riesgosa, pero la consecución de la vida eterna bien lo valía. Su profesión lo hacía un hombre deseable, con experiencia, hasta le daba cierto halo de misterio que lo hacía más interesante. Así que aprovechó esas ventajas, y sacó partido de ellas. Su blanco fueron las viudas adineradas en decadencia, jóvenes herederas poco agraciadas, las amantes, etc. Su modus operandi siempre era el mismo. El primer paso era seleccionarlas cuidadosamente, a veces lo hacía con dos a la vez para asegurarse el triunfo, las enamoraba y lo demás venía por añadidura. Ellas, rendidas a sus pies, financiaban su empresa sin preguntas, referencias ni garantías de éxito. Una vez logrado su objetivo desaparecía sin dejar rastros. Así fue como conoció a Rita. Ella era una amante agobiada, aburrida y avergonzada de su condición. Aunque no le fué del todo indiferente, no era igual que las otras. Sí lo fue en un principio, pero después no pudo hacer con ella lo mismo que había hecho tantas veces con las demás. Tenía ese algo especial que atraía su interés, que lo cautivaba. Era inteligente, con gran personalidad, lo entendía, lo escuchaba, se preocupaba por él. Por eso fue la única con la que se confesó, le develó su secreto. Y le contó del ritual que le había enseñado ese médico brujo para conseguir la vida eterna. Rita, motivada por sus sentimientos hacia Félix, puso fin a la protección que le brindaba su amante. Este enloqueció y la asesinó. Félix, temiendo por su vida, inmediatamente abandonó la ciudad y nunca más volvió allí. Se fue con rumbo desconocido, dispuesto a reanudar cuanto antes su búsqueda. Búsqueda que mantuvo hasta el final de sus días. Ninguno de los rituales que prometían la vida eterna parecían conformarlo, a todos les encontraba alguna fisura, alguna falla irreparable. Pero la falla no estaba en ellos, estaba en él. La falla era su falta de fe obnubilada por la cegadora idea de trascendencia. Que no le dejaba ver más allá, que no le dejaba abandonar su mezquina intrascendencia para conseguir la trascendencia que jamás alcanzó. Nunca volvió a encontrar una mujer como Rita, ni a sentirse como se sentía con ella. Tampoco supo que ella había conseguido y materializado el sueño que, primero fue suyo y luego se convirtió en el de los dos. Rita había logrado burlar a la muerte. Ella seguía manteniendo viva su alma en un cuerpo que no le era propio, con el único objetivo de encontrar a Félix, su amado.

martes, 18 de octubre de 2011

El Amante

Norberto era un hombre chato, gris, una de esas personas que nos pasan desapercibidas, que no cuentan. Era muy callado, inteligente, tenía un don para los negocios y un secreto. Sus padres habían muerto en un accidente cuando era muy pequeño, así que fue criado gélidamente por su único pariente, Pedro, su tío paterno. Era un hombre al que poco le interesaba Norberto, no así su fortuna y los negocios de su padre, los que pronto hizo propios.
Pedro era muy distante con su sobrino. Su principal interés, su familia, su religión y sus creencias eran los negocios. Comía, dormía, respiraba, y se levantaba cada mañana por y para ellos. Norberto era sólo el heredero de la fortuna de su hermano, no tenía ningún tiempo para dedicarle. Nunca le demostró cariño, ni siquiera simpatía.
Lo único que el niño recibía de él eran regalos, caros e importantes. Ese era todo su vínculo. Y así fue como creció pensando que esa era la única forma en la que se demostraba interés por otra persona, o amor, o afecto, o tan sólo cariño. Esos eran sus valores, así había sido educado. Al igual que su tío pensaba que el dinero lo era todo, era su Dios, su luz y su guía. El que abría puertas del cielo y de la tierra, con el que todo compraba: afectos, amigos, compañía y sobre todo amor. Sin dinero su mundo dejaba de girar, sin él mundo se esfumaba.
Norberto comenzó a trabajar con Pedro, pero un día le dijo que quería independizarse. Entonces Pedro le dio un consejo, con visos de recomendación que casi rayó en una orden. Fue la única vez que demostró algo que se asemejaba al cariño. Si querés independizarte y mantener una sólida posición, debes casarte con Iris.
Ella era una poco agraciada heredera con una inexistente cantidad de pretendientes. Por lo que su padre, sorprendido, accedió de muy buen grado a entregarle inmediatamente su mano y toda ella a Norberto. Finalmente después de varios años de noviazgo, los novios muy agradecidos el uno con el otro por sus recíprocas contribuciones, contrajeron enlace con gran pompa. Un año después nació su primer hijo.
El matrimonio fue invitado a casa de uno de los socios de su tío, el que hacía un baile para presentar a su hija en sociedad. Iris no pudo asistir por su reciente maternidad, pero sí Norberto. No fue de muy buen grado, pero no podía faltar, su tío se lo había pedido especialmente. Esos eran los eventos que congregaban a lo más granado de la sociedad, y por lo tanto, los lugares en los que se podían llegar a hacer grandes negocios, si se usaba la inteligencia, la rapidez, y la astucia.
Allí vió por primera vez a Rita, quien lo cautivó. Ella estaba con un vestido blanco, vaporoso, con un lazo rojo ciñendo su pequeña cintura. Era una visión, una belleza, un ser inalcanzable. Esa fue la segunda o tercera ocasión en su vida, en la que Norberto sintió algo por alguien, tal vez un sentimiento, tal vez amor. Pero ese amor era un amor imposible, que guardó por años en secreto. Y en ese lugar distante y recóndito, al que sólo el podía acceder, sólo a veces,
Durante años la miró y la admiró en silencio. Solo se conformó con venerarla y amarla en secreto. Disfrutando el saludo que ella le dirigía, esa palabra que cruzaban, esa mirada o esa sonrisa. Eran momentos que él atesoraba en su memoria y repasaba una y otra vez. Imaginando como sería su siguiente encuentro.
Pero lo que estaba a punto de pasar nunca lo imaginó, ni en sus más secretos ni descabellados pensamientos. Un día ella se presentó en su escritorio suplicando su ayuda. De todas las personas del mundo ella recurrió a él. El era su única esperanza, su tabla de salvación. Se sintió un caballero en su blanco corcel rescatando a la dama cautiva en la torre.
Aunque en realidad fue al revés, fue el quien término teniéndola como una cautiva, un rehén. Que se sentía sojuzgada y asfixiada con lo que el le daba, con lo que el creía que era amor. Norberto no sabia amar, nunca nadie lo había amado, solo había recibido lo que el dinero podía comprar, sólo eso. Pero Rita quería más, ella sí había sido amada y había amado, y lo que él le daba no le alcanzaba. Así que buscó y encontró lo que ella creía que era el amor.
Impulsada por el deseo de estar solo con su amado, Rita rompió con Norberto con un total desdén. Se mostró como nunca la había visto ni la había siquiera imaginado, despreciativa, cruel, despiadada. Esto lo desesperó, no toleraba la idea de vivir sin ella, era el amor de su vida, su único amor.
Como un ahogado que da su último manotazo, quiso reconquistarla. Le mandó miles de jazmines, la flor que Rita adoraba, y un anillo. Estaba dispuesto a abandonarlo todo e irse con ella. Nada le importaba, ni sus negocios, ni su familia. Sólo le importaba su amada, la primera persona que no había podido conseguir con dinero.
Pero ese último acto desesperado no hizo más que aumentar la ira y el rechazo de Rita. Norberto decidió en ese drástico segundo, que si no era de él no sería de nadie, y así fue como fue a buscar su katana y sin pensarlo cortó su cabeza. Después cubrió su cuerpo con jazmines, como antes la cubría y protegía con amor.
Después del terrible suceso, la locura se apoderó de Norberto. Deambulaba por las calles buscando a su amada. Terminó sus días en un hospital psiquiátrico. El decía que no pasaba un día sin que ella fuera a verlo. Por las tardes Rita. como siempre vestida de rojo, iba a visitarlo, y le exigía que le consiguiera un cuerpo que poseer.

martes, 11 de octubre de 2011

Su primera Vez

No comprendía muy bien lo que estaba ocurriendo y mucho menos lo que había ocurrido. Estaba aturdida, y por demás confusa. Aún flotaba en el ambiente ese insufrible hedor que daban los jazmines que él le había mandado para reconquistarla. La vida es tan extraña. Los sentimientos se cruzan, se enlazan, se revierten y se convierten. Como puede amarse algo con locura, y al segundo odiárselo con toda el alma.
Ella debería haberse ido, pero se resistió, con todas sus fuerzas. Y finalmente logró quedarse, como lo había prometido. Jamás había roto una promesa (era una mujer de palabra) y mucho menos iba a romper la promesa que le había hecho al amor de su vida.
Finalmente algo hizo que se viera, y se vió a sí misma sin vida. Vió el que había sido su cuerpo, que yacía inerte sobre la alfombra empapada en sangre. Norberto lo había cubierto prolijamente con jazmines. Y puesto la cabeza prolijamente sobre el pecho, mirando hacia la puerta. La que nunca podría trasponer nuevamente por sus propios medios. En ese momento, todo comenzó a encajar, las piezas se unieron y los espacios en blanco se desvanecieron. Todos y cada uno de los detalles de su muerte se sucedieron nuevamente en ella. Sintió el filo de la Katana cortando su cuello, y su cabeza rodando sobre la alfombra.
Una mezcla de desesperación y alivio la invadió. Ahora era libre, solo debía encontrar un cuerpo, un nuevo hábitat le permitiría reencontrarse con su amor y vivir con él una vida plena y feliz. Recordaba cada paso del ritual. Lo había repasado y practicado con él innumerables veces. Era sólo cuestión de tiempo, sólo tenía que ser paciente.
Lo que Rita ignoraba es que inmediatamente después que se conoció la trágica noticia de su muerte, su amado emprendió un largo viaje. No quedo muy en claro si lo hizo embargado por la pena y la desolación. O como mecanismo de autoconservación, temiendo que Norberto viniera por él.
El tiempo transcurría y todos los esfuerzos de Rita por atraer un “nuevo cuerpo” eran inútiles. La leyenda del hombre poseído por la locura que dio muerte a su amante, creció y tomo vida propia en la ciudad. Cada habitante la repetía y agregaba nuevos datos y condimentos de su propia autoría que la hacían crecer más y más. Nadie quería vivir en ese lugar, tenía un signo demasiado trágico.
Muchos, muchísimos años tuvieron que pasar para aplacar los ecos del luctuoso suceso ocurrido en aquel sitio, y que se transformara en leyenda urbana. Hasta que un día Rita sintió y presintió a Hilda. Una joven independiente, que había quedado huérfana muy joven, era muy bella, y sabía muy bien lo que quería, al igual que Rita.
Hilda era maestra, y estaba a punto de casarse con Miguel, su novio de la infancia. En su vida todo era felicidad. Un día de camino a la escuela vió en un departamento un cartel de venta. A partir de ese momento no pudo apartar la idea de compararlo de su cabeza. El lugar era ideal, quedaba cerca de su trabajo y del de su futuro marido. Inmejorable.
No veía la hora de encontrarse con su novio y juntos ir a ver el lugar. Y así lo hicieron. Miguel adoraba a Hilda desde la primera vez que la vió jugando con su hermana en el jardín de la casa. Desde ese mismo momento no hizo más que complacerla.
Cuando se encontraron a la salida de sus respectivos trabajos. Hilda le contó emocionada su hallazgo. Hicieron una cita y fueron a visitar el departamento. Quedaron encantados con el lugar. Era luminoso, estaba muy bien ubicado. Y a pesar de estar en medio de la ciudad y ser otoño había allí un fuerte perfume a jazmines. Eso fue lo que los terminó de cautivar de ese sitio. El vendedor le hizo una rebaja considerable en el precio, él manifestó que “le gustaba ayudar a los jóvenes que comenzaban su vida”.
Ellos se casaron en primavera, tuvieron una feliz luna de miel. También tuvieron una muy feliz vida juntos, aunque brevísima. Al año de casados él murió de una extraña enfermedad. Hilda estaba devastada, había perdido todo cuanto tenía en esta vida. Todo carecía ya de importancia, de valor, y de sentido. Así que se recluyó en su casa, y no quiso ver nunca más a nadie. Solo salía al caer la tarde, vestida de rojo, un rojo furioso.
Hilda fue la primera posesión de Rita y la más fácil que le ha tocado nunca. Ella sólo duerme y sueña con su amado, mientras Rita, habitando su cuerpo, busca desesperadamente al suyo.

lunes, 3 de octubre de 2011

¿Una historia como otras?

Rita era una chica de su tiempo, no estaba dotada de una gran belleza, pero tenía ese algo especial que atraía  a todo el mundo. Había nacido en el seno de una familia acomodada, se educó en el mejor colegio para señoritas de la ciudad. Era una persona muy sensible, educada, sociable y enamoradiza. Esta característica de su personalidad era lo que creaba ciertos resquemores y malestar entre ella y su familia.
Con el transcurso del tiempo la rebeldía se apodero más y más de Rita. Y con la rebeldía apareció el capricho. Esa combinación letal hacía que ella estuviera en pie de guerra con su familia. Y  que siempre mostrara interés por el hombre menos indicado. Es así como apareció él.
Todo se sucedió muy rápidamente. El vértigo fue tal que cuando quiso darse cuenta ya era muy tarde. Lo peor e irreversible había sucedido. El amor la tomó de rehén, la golpeó y le dejó marcas profundas, indelebles, vitalicias. De esas que nunca sanan, y uno no se olvida de como se adquirieron.
Las consecuencias también abrieron caminos. Esos caminos que nadie quiere, por difíciles e intransitables, y mucho menos una chica de su época, de su edad y de su posición. Pero así es la vida, no hace preguntas, sólo transcurre.
El rumor de su amor impropio y frustrado, corrió raudo, y se esparció entre sus amistades como un reguero malintencionado de pólvora. Todos hicieron un juicio sumarísimo, y en él condenaron su proceder. La sentencia, por supuesto, no se hizo esperar. Rita quedó sola, nadie estuvo ahí para consolarla ni sostener su mano.
Las vueltas de la vida son misteriosas e inesperadas. Se pasa del todo al nada, de la compañía a la soledad, del amor al desamor, de la risa al llanto. Y todo  en un sólo segundo, en un parpadeo, sin siquiera advertirlo.
Y así estaba ella, sin siquiera entender lo que había pasado. Sola, desesperanzada, desesperada. Todo y todos los que habían constituido hasta hacía unos segundos su mundo ahora le daban la espalda.
Camino durante horas, se sentó en una plaza y lloró hasta que se le agotaron las lágrimas. ¿A quien recurriría ahora? Un nombre vino a su cabeza,  Norberto dijo en voz alta. Él era el sobrino del socio de su padre. Siempre había tenido mucha simpatía y había demostrado cierto interés por ella, a pesar de estar casado. Así que, siguiendo su impulso, se dirigió a su escritorio.
Por supuesto él la recibió de muy buen grado, ella siempre le había gustado. La ocasión era más que propicia, ella era una señorita en desgracia, el debía “ayudarla”. La ayuda no fue muy desinteresada, pero sí discreta.  Él se convirtió en su amante y protector. A partir de ese momento nada le faltaría, ella tendría todo lo que el dinero pudiera comprar.
Cada día Rita sentía más su soledad, y desamparo. Se odiaba a sí misma por haber aceptado esa situación que la humillaba. Los días se hacían interminables y las noches eran una agonía. Una tarde, volviendo de la modista, se topó en el ascensor con un  nuevo vecino. Ambos se miraron, se saludaron muy cortésmente, y en sólo un segundo se enamoraron perdidamente.
Ella sentía por él algo diferente, tal vez una mezcla de amor, adoración y extrema devoción. Fue muy sincera, le contó todo lo que había pasado en su vida, el amor desdichado y como había caído bajo el ala protectora y oficiante de Norberto.
Él era  heredero de una gran fortuna. Había estudiado antropología, y  se había especializado en religiones y rituales antiguos. Su profesión lo había hecho viajar por el mundo conociendo personas y lugares extraños. La curiosidad aderezada con cierta  ambición lo habían hecho incursionar en ciertas prácticas esotéricas, que paulatinamente se fueron convirtiendo en una obsesión.
Obsesión que transmitió y compartió con Rita. El decía que un médico brujo le había dado el secreto de como poseer un cuerpo, dominar el alma de quien en el habitaba, debilitarla y aniquilarla. Siempre le decía: “Si alguna vez nuestros cuerpos enferman, o se tornan inútiles,  los abandonaremos, y tomaremos otros. Nuestras almas vivirán por siempre, poseemos el secreto de la vida eterna”.
La situación con Norberto se había vuelto insostenible, ella no podía siquiera soportar la idea de verlo. Un día tomo valor y le contó que estaba enamorada. El la miró y se fue sin pronunciar palabra, abrumado, desencajado.
A pesar de lo que ella le dijo, no se dió por vencido. Se negaba a perder a su amante, y todo lo que ello implicaba,  la situación le agradaba demasiado, lo hacía sentir un hombre poderoso. Así que decidió reconquistarla, para eso le mandó flores, sus favoritas, jazmines. Todos los que encontró en la ciudad y un costoso anillo de oro y rubíes. “Eso bastará para que vuelva a mi”, se dijo.
Pero se equivocó y mucho. Habían pasado dos días y no había tenido ninguna noticia de ella. “Esperé mucho tiempo ya, ella debería haber corrido a mi inmediatamente”, pensó “¿Quién podría resistirse con ese regalo?”.  Entonces decidió ir a verla.
Llegó al edificio, tomó el ascensor,  abrió la puerta del departamento. y entró. Ella estaba poniendo un disco en el fonógrafo, tenía puesto su vestido rojo preferido. Lo miró  y le dijo: “Te dije que no quería volver a verte, te desprecio”.
Ante esta reacción de Rita, muy diferente a la que él esperaba, se dirigió a la biblioteca y tomó su katana. Fue donde estaba ella y sin mediar palabra la decapitó. Luego la cubrió con jazmines y se fue dejando la puerta abierta.
Desde ese momento Rita ha poseído cuantos cuerpos pudo. Sin descanso busca el alma de su amante. Cuando la encuentre vivirán felices por toda la eternidad.