miércoles, 28 de diciembre de 2011

La persona de mis sueños

Lo consultó con varias personas no muy allegadas, aunque para evitar burlas y susceptibilidades, recurrió al útil pero trillado: “Esto que voy a contarte le esta pasando a una amiga”. Pero a ninguna persona le había pasado algo ni siquiera parecido a lo que le pasaba a “la amiga” de Cecilia.
Hacía años que ella soñaba con algo, algo que se repetía con frecuencia. Algo que ella no sabía explicar muy bien que era, pero intentaba con ahínco explicárselo a si misma explicándoselo a los demás. Y, sobre todo, se esmeraba en ser lo más clara posible para tratar de que todos entendieran, y en especial ella, que era la propia interesada.
El sueño en cuestión era un mini sueño que estaba dentro de su sueño principal. Esta suerte de sueño accesorio al que podríamos denominar como capitulo, apéndice, fragmento o pequeña escena, era como un detalle que no tenía que ver con nada. Aparecía así, de repente, de la nada, transcurría esporádica e instantáneamente, y se iba.
Dejando secuelas, huellas profundas que hacían mella en Cecilia. Se abría esa puerta donde habitan la curiosidad y la intriga, que trabajaban juntas dando vueltas y vueltas el asunto en su cabeza. Haciendo que ella preguntara a que se debía ese misterioso episodio, por que se generaba.
Cecilia ignoraba la razón por la cual siempre aparecía ese intrigante fragmento en su sueño. Y lo peor era que no daba mayores detalles, todo era muy rápido, como si fuera un mensaje dado a grandes rasgos. Ella bailaba con un hombre que le parecía muy atractivo, una melodía irreconocible, en un lugar que le era extraño.
Llevaba un vestido celeste fuerte, casi turquesa, color que detestaba. Luego de notar el detalle del color insufrible de su vestido, había una mirada profunda que terminaba en un inevitable beso. Bueno, eso suponía ella, por que cuando ambos estaban lo suficientemente cerca, todo iba a un fade out, negro total, el despertar y la inquietante curiosidad.
No recordaba cuando había sido la primera vez, pero hacía varios años, tal vez quizás más o menos diez. En los últimos meses se había producido con más frecuencia de la habitual. En el sueño todo era inmutable, la cara de su compañero de baile, que no se parecía a nadie que ella conocía, siempre fue la misma.
Tampoco cambió la duración, ni el orden que siempre era promediando el “sueño principal”. Cecilia siempre esperaba que hubiera una segunda parte de su escueto y misterioso sueño. Esperando con ansias pero en vano tal vez una secuela, o una precuela, pero nada.
Cecilia desconocía si esa especie de producción independiente dentro de su sueño, era un mensaje, un recuerdo del pasado o una escena del futuro que su mente le mostraba en una dosis homeopática.
Ansiosa por saber de que se trataba recurrió al oráculo, al depósito del saber. En un acto de sed informativa lo busco en Internet. Pero la red de redes no contenía nada que se pareciera a lo que ella le pasaba. Su sueño anexado no encuadraba en ninguno de los allí descriptos.
También lo consultó con su terapeuta, tratando de buscar una explicación científica a ese misterio reiterado. Pero la explicación que su psicólogo le dió no la convenció. El apeló a la vieja batalla que mantiene eternamente el consciente y el inconsciente, a los deseos, las fantasías y el no animarse a hacer lo que se quiere hacer. Un diagnóstico por demás conocido, pero inaceptable.
La aparición de su suplemento onírico se hacía más y más frecuente con el transcurso de los días. Eso la distraía, la obsesionaba, la aislaba del mundo. Hasta se olvidó de saludar a su mejor amiga en el día de su cumpleaños. Lo recordó cuando su amiga la llamó para invitarla a su fiesta.
“Perdoname Luz”, le dijo, “pero últimamente no paro, soy un total desastre. Estoy tapada de trabajo, y no sé ni como me llamo”.
“Bueno, no importa”, le dijo Luz, “El sábado vas a venir a mi fiesta y te vas a relajar, a divertir, a pasarla genial, y a disfrazar. Y vas a venir sin excusas, me lo debés porque te olvidaste de saludarme. ¿No es cierto Ceci? Dame el sí, así corto y te dejo seguir trabajando…”
“Si”, le dijo Cecilia, sin pensar y mucho menos sin darse cuenta de lo que estaba diciendo.
“Muy bien, te espero”, le dijo Luz. “Te mando un mail con la dirección y la hora”.
Cuando cortó, Cecilia se dio cuenta. “No puedo ir a una fiesta de disfraz. ¿De que me puedo disfrazar? Veamos opciones para evitar el ridículo: de recién vacunada, de recién asustada, de mi misma, de mujer a la que no se le ocurrió un disfraz, de desorientada. Mejor busco una excusa, si, eso va a ser lo mejor”.
El sábado por la mañana Cecilia recibió un mail que no la sorprendió, pero la hizo reír. Era de Luz: “Como te conozco, mucho, tal vez demasiado, se que usaste tu tiempo para inventar una excusa de lo más creativa, en lugar de para buscar un disfraz. Así que alquilé uno que te va a quedar genial. Te espero en casa, así te cambiás y nos vamos juntas. Besos, Luz”
Cuando Cecilia llegó a casa de la cumpleañera, un amigo de Luz que ella no conocía bajó a abrirle la puerta. Cuando lo vió su corazón dio un vuelco. El la miró fijamente, por unos segundos los dos permanecieron mirándose, sin poder emitir palabra. Hasta que por fin él rompió el silencio.
“Te parecerá una técnica de conquista obvia y poco imaginativa, pero sos la mujer de mis sueños…”. “No”, le contestó Cecilia sonriendo, “Para nada, también podría calificarte como al hombre de mis sueños”. No necesitaron más explicaciones, ni comentar sobre el particular. Solo se miraron profundamente a los ojos, mostrándose y demostrándose el uno al otro que habían encontrado a su alma gemela. Bailaron toda la noche, ella luciendo un vestido color turquesa que adoró desde el mismo momento en que su amiga se lo mostró.
Y a diferencia de lo que pasaba en el “apéndice onírico que ambos tenían”, no hubo interrupciones. Ellos siguieron besándose, amándose y siendo felices por siempre jamás

lunes, 19 de diciembre de 2011

Vivir, crecer, aceptarse y amar

Todavía no había encontrado a su príncipe azul. A esta altura de su vida, las esperanzas de encontrarlo eran pocas o casi nulas. Ese fin de semana largo estaba sola en la ciudad, no había hecho planes. Eso le dió en que pensar. Y pensó, y meditó, y evaluó su vida, y llegó a una conclusión.
“Hace varios años que estoy sola, no sé realmente si quiero estarlo.” La pregunta que seguía era ¿por qué estoy sola o por que quiero estarlo? La respuesta… ¿habría una respuesta? ¿Varias? “¿Será mi responsabilidad, o de los demás? ¿Será que no habrá hombres? ¿Perdí el interés? ¿Será que habrá llegado la persona correcta, no me dí cuenta y lo dejé pasar? ¿Habrá sido esa mi unica oportunidad?” Pensó, y pensó. “No lo sé”, se dijo. Miró por la ventana, el día estaba espantoso. Hacía frío, llovía.
“Me quedo en casa , está decidido, ¿donde podría estar mejor?. Además tengo millones de cosas para hacer. Como decía mi abuela: Siempre hay algo para hacer en la casa. Tengo placares que ordenar, alacenas que limpiar…” Pensó lo que había dicho, se rió y dijo “Así es, conmigo la diversión nunca termina.”
Sus pensamientos aún no estaban del todo quietos, y esa frase los puso en marcha nuevamente. Eso hizo que afloraran sentimientos que no sabía que tenía. Conscientemente su soledad no le afectaba. Pero al parecer, le afectaba mucho más de lo que ella creía. Surgieron entonces cuentas pendientes, que derivaron en reproches hacia ella misma.
En lugar de acomodar un placard, se encontró acomodando sentimientos, sensaciones, reflexionando y haciendo un balance sobre su vida, con un resultado antipático, que detestó ni bien surgió a la luz, o por lo menos a su luz, que era la que realmente importaba. Fue algo casual, no planeado, una cosa trajo a la otra, y de repente, un hecho sin importancia, una frase dicha al pasar, de casualidad, desencadenó en ella un planteo existencial.
Aunque tal vez esa casualidad no fue tan casual. El fin de semana gris y solitario, trajo a la causalidad de su mano. Se presento ante Cristina y le dijo “Vamos a hacer algo de tu vida.”
Inmediatamente una idea se instaló en su mente. Más que una idea era un recuerdo. El recuerdo de “mejores tiempos” tal como ella los calificaba. Y esos recuerdos además de lágrimas de añoranza, amargura y autocompasión, lo trajeron a él.
Ese recuerdo, su recuerdo, vino y se instaló como un deseado huésped. “Fernando”, dijo Cristina en voz alta, cambiando sus lágrimas por una enorme sonrisa. “¿Qué habrá sido de su vida? Éramos tan jóvenes, tan felices, nos queríamos tanto. Nuestra inmadurez puso fin a esa bella relación. Nos peleábamos por tonterías, por cosas tan pequeñas e insignificantes.”
“Nos reiríamos tanto ahora de cómo éramos entonces. ¡Qué diferente serían las cosas ahora, que distinto actuaría! La experiencia es invalorable, pero a veces llega cuando es demasiado tarde. Llega cuando ya se actuó y las consecuencias están entre nosotros. Llega cuando ya no se puede volver atrás y remediar lo hecho.”
El recuerdo de Fernando y los momentos vividos la siguió y persiguió todo el día, y toda la noche. Hasta soñó con él, tal vez era un mensaje, tal vez la vida le estaba enviando una señal que debía buscarlo, tal vez… “Me parece que estoy pasando mucho tiempo sola”, se dijo.
Esa mañana, se levantó temprano, no había dormido del todo bien, pero estaba de muy buen humor. Su inconsciente le había planeado una sorpresa, que la dejaría perpleja. Preparó su desayuno, se sentó delante de su computadora, entró en su red social. Y cuando quiso darse cuenta estaba escribiendo el nombre de él en “Buscar Amigos”.
“Pero, ¿qué estoy haciendo?” se dijo. “Este sería el acto de una persona desesperada, yo no lo estoy. No soy así, tengo una vida, amigos, familia, un trabajo que adoro. ¿Por qué haría eso? Buscar a un novio que tuve en mi juventud, que en su momento creí el hombre de mi vida, mi príncipe azul.”
“Buscar a ese hombre con el que fuí tan feliz, ese hombre que me entendía, que me contuvo como nunca nadie lo hizo. ¿Por qué iba a hacerlo? No me considero un caso perdido. ¿Por qué iba a buscarlo? No sé si esta casado y con 10 hijos, no sé si está en el país, o en el continente o siquiera en este mundo.”
Aun planteando todos esos tontos argumentos contra su accionar, Cristina siguió con la búsqueda. Nada la detuvo, ni sus reflexiones desalentadoras, ni su inconsciente contestándole, y rebatiéndole uno a uno todos esos sólidos puntos que planteaba su parte consciente y racional.
“Está bien se dijo, debo admitirlo, estoy sola, no me puedo engañar a mi misma. Y ¿acaso me gusta estar sola? No, no me gusta, lo detesto. Me cansé de fingir que no me importa, que prefiero estar sola que mal acompañada, eso me agotó.”
“Tengo que hacer algo, creo que nunca pude sacarme a Fernando de la cabeza ni del corazón. Tengo que tener el valor de hacer este último intento, nada puede ser peor de lo que es ahora. Tengo que contactarlo, tengo que saber que fue de su vida, tengo que saber si el siente lo mismo por mi.”
"El buscador de amigos le trajo la foto actual de Fernando. “Está igual” dijo. Su estómago se llenó de miles de mariposas que revoloteaban en circulo, su corazón se aceleró. Sus sentimientos para con él habían estado dormidos por años, pero intactos. “¿Pero que pasará con él? No me importa, el mundo es de los que se arriesgan”
Mientras miraba titilar ese cursor que la invitaba, y la provocaba a escribir tipeó: “Hola Fernando, soy Cristina, ¿te acordás de mí?”
“Ahora a esperar”, se dijo. Esperó y esperó. Una hora, dos, tres, cinco. La mañana siguiente le trajo una respuesta. Abrió su red social, su máquina estaba más lenta que nunca. Estaba ansiosa, quería saber que le había respondido Fernando.
“Hola Cristina, ¿Cómo estás? No sabés lo que me acordé de vos todos estos años. Nunca te olvidé, fué tan lindo lo nuestro. Siempre quise contactarte, pero no sé… Que suerte que vos te animaste, siempre fuiste muy valiente. Te paso mi número de teléfono así arreglamos para vernos hoy, ¿te parece?”
Cristina se arriesgó y no terminó sola ese fin de semana largo, ni el siguiente, ni el siguiente. La relación prosperó y continuó. Ese sí era su momento, ambos habían vivido, crecido y madurado. Ahora sí era su tiempo, el tiempo de estar juntos, el tiempo de amar, el tiempo de amarse el uno al otro.

jueves, 15 de diciembre de 2011

Ese amor poco común

Irina y Manuel, eran una de esas parejas sólidas, inseparables. Se conocían desde su infancia, desde que tenían memoria. Vivían casa de por medio, fueron al mismo colegio, compartían amigos, juegos, paseos en bicicleta y meriendas. Los chicos crecieron, y la amistad develó que era contenedora de un sentimiento más grande y profundo, el amor, su amor. El amor de uno para con el otro.
Tuvieron un feliz noviazgo, y una boda soñada. Siempre decían que cuando hay amor se tiene todo en la vida. Juntos pasaron alegrías, tristezas, buenos y malos tiempos. Sus amigos los definían como Hipocampos terrestres. No podían vivir el uno sin el otro, siempre estaban juntos, buscándose, extrañándose. Nunca estuvieron separados, ni un solo día de su vida, hasta el sábado.
Irina tuvo un accidente doméstico estúpido, como todos los accidentes domésticos. Estaba limpiando algo en el techo, se estiró de más con un pie en el aire, como no alcanzaba intentó un poquito más, y otro, y… hasta que terminó dando con su cabeza en el piso.
Cuando Manuel escuchó el ruido de su cabeza dando con el duro piso, se desesperó, corrió hacia ella asustado, y haciendo propicia la oportunidad para retarla. No se lo iba a perder, las ocasiones de hacerlo no eran tantas. “Yo sabía que esto iba a terminar así, te lo dije un millón de veces, decime cuando quieras limpiar y lo hago yo”. Ella estaba aturdida, desorientada, no le contestaba. Un chichón enorme ahora ocupaba el lugar en el que antes estaba su frente.
“Eso no se ve nada bien, vamos a la guardia para que te vean. Los golpes en la cabeza no son buenos, ni siquiera en una cabeza dura como la tuya”. Normalmente con esta reflexión, Irina se hubiera reido, y le hubiera contestado algo acorde. Pero esta vez nada, no articuló palabra. Solo lo miraba, como tratando de enfocar la vista, o de reconocerlo.
Manuel no sabia muy bien que era lo que le estaba pasando, pero no quiso seguir perdiendo tiempo en indagar que era lo que ella sentía. “Mejor que la vea un médico”, pensó.
La médica que la recibió la revisó, y le hizo una simple pregunta de rutina “¿Qué te pasó?”. Irina le respondió “No sé, me debo haber caído. Pregúntele a ese señor que fue el que me trajo.” Cuando Manuel escuchó lo que su mujer decía, sintió que la Tierra se abría bajo sus pies. “Irina, soy Manuel”, le dijo, “¿No me conocés?”
Irina lo miraba como si no lo conociera, no entendía por que tenía que conocerlo. Esta bien, el había sido tan amable de haberla llevado para que la atendieran, pero ¿por qué tenía tanta familiaridad con ella?. Esto comenzó a inquietarla, a angustiarla. Una enfermera tomó a Manuel del brazo, y muy amablemente le dijo: “Quédese tranquilo, ella esta muy bien atendida. Vaya a la sala de espera, mientras la doctora le hace unos estudios.”
El obedeció, la esperó allí muy quieto, casi conteniendo el aliento y el llanto, con el alma en un puño. Estaba aterrado y lo peor era que ella no estaba para tranquilizarlo. Algún tiempo después, salió la medica que la estaba atendiendo, se sentó a su lado y comenzó a explicarle cual era el estado de Irina. No tenía idea de cuanto tiempo había pasado.
“Ella está bien”, le dijo, “hicimos varios estudios. Presenta un cuadro de amnesia por el trauma, así que debe quedar en observación al menos por hoy.” “Amnesia”, le dijo Manuel.
“Si, tal vez sea temporal.”
“¿Pero qué, puede quedar así para siempre?”, dijo Manuel.
“Aún no lo sabemos, en estos casos nada es definitivo. Quizás sólo sea temporal, puede durar un día un mes…”
“¿Pero cómo…? Usted no me puede decir eso, tiene que decirme algo en concreto, la respuesta no puede ser tan vaga. Es mi mujer y no me conoce. ¿Usted entiende lo que es eso? Nos conocemos desde que nacimos y no me conoce.”
“Vamos a hacer una cosa", le dijo, “Usted vaya a su casa, descanse, trate de calmarse. Mañana la va a ver el neurólogo, y tal vez él le de un diagnóstico más preciso. El cerebro humano es un misterio, no sabemos a ciencia cierta como puede reaccionar, es todo cuestión de tiempo. Lo importante es que ella esté tranquila, su presencia la inquietaría y no queremos eso. ¿Verdad?”
Durante el tiempo en que ella estuvo internada, Manuel fué todos los días a verla a la clínica, hablaba con médicos, enfermeras, terapeutas, mucamas, ascensorista. Hablaba con todos menos con ella. Era un rito doloroso, pero debía hacerlo.
Irina no recuperó la memoria, ni ese día, ni el siguiente, ni al mes, ni siquiera al año. Ella se fué a vivir a la casa de la enfermera que la cuidaba. Manuel estaba devastado, no soportaba la idea de vivir sin ella, le dolía físicamente no tenerla, no poder hablar con ella, no despertar a su lado cada mañana.
Pero él era un hombre fuerte, de convicciones firmes, de creencias férreas, de fe. Sobre todo de fe, y de fe en el amor, en su amor. Ese amor que había sentido el uno por el otro, ese amor que los había unido y acompañado durante toda su vida, en las buenas y en las malas. En la salud y en la enfermedad.
Basado en la fe, propulsado e impulsado por esa fe, Manuel trazó un plan. “Si pude una vez, puedo hacerlo dos”, se dijo. Volvería a conquistar a Irina, la recuperaría, se la quitaría a la amnesia como la amnesia se la arrebató a él. Lucharía con ella y la vencería, estaba seguro, confiado, como nunca en su vida lo había estado.
Con la escusa de que él fue quien la acompañó a la clínica, comenzó a visitar a Irina. Fue a verla un martes por la tarde con un ramo de rosas color rosa, sus preferidas. A ella le asombró que le llevara esas flores y de ese color. “¿Cómo sabias que eran mis preferidas?”, le dijo.
“Lo adiviné”, le contesto Manuel, con una sonrisa con la que trataba de contener sus lágrimas.
Luego vino una sólida amistad que develo que era contenedora de un sentimiento más grande y profundo, el amor, su amor. El amor de uno para con el otro. Ese amor que ella había olvidado que tenía dentro de sí, en lo más profundo. Ese amor que afloró cuando él reapareció en su vida, Ese amor que hizo que ella volviera a elegirlo. Ese amor que era su amor por él, ese amor que vence obstáculos y trasciende todo.

martes, 13 de diciembre de 2011

Lo que quedó pendiente...

Dicen que aquellas personas que tienen una muerte súbita en algunos casos no se dan cuenta de que están muertas. Dicen que esas almas que no encuentran inmediatamente el camino hacia su destino final vagan por este mundo. Tratando de encontrar su destino o de resolver alguna cuestión que les quedó pendiente. Dicen que esas almas a veces logran traspasar ese fino límite que los separa de la vida, y se presentan en nuestras vidas.
Hacia más de un año que Ricardo no veía, ni sabia nada de la vida de Carla. No había habido una finalización de la relación. Ninguno de los dos tomó la iniciativa para poner  un punto final a su historia. Los dos, tácitamente de común acuerdo, solo se atrevieron a ponerle puntos suspensivos.
Esta relación suspendida y en suspenso alteraba a Ricardo. No toleraba esta indefinición. Tenía claro que no quería ser quien indujera a poner el emotivo, irreversible y antipático, cartelito de “el Final”. Pero tampoco podía seguir así, sin saber cual era su estado, sin saber cual era el estado de Carla. Si ella estaba sola, o acompañada, o si él iba a poder estar solo o acompañado.
Ese día estaba decidido, no podía seguir así, estancado en algo que no sabía si aún existía. Tomó el teléfono y marcó el numero del trabajo de Carla, escuchó su voz, y cortó. “Esta tarde te voy a buscar”, dijo, mientras colgaba el auricular.
Y así lo hizo. Estaba muy nervioso. No quería terminar con ella, pero no sabía si ella ya había terminado con él. Mil cosas se le cruzaban por la cabeza, argumentos positivos, que confrontaban con los negativos, que los hacían pedazos. Tal vez ya esté viviendo con alguien, o casada. Por algo no me llamó en todo este tiempo. Me parece que no debería ir, tendría que haberla llamado por teléfono primero.
Aunque siempre, a ultimo minuto, cuando pensaba en volver sobre sus pasos, aparecía. Esa constante que hacia que todavía tuviera una pequeña esperanza, que rearmaba la cuestión y le daba impulso, que le insuflaba ese valor para seguir adelante. Esa incertidumbre, esa duda, ese “no saber” que te dá ánimo.
“Como sea, ya estoy aquí, en viaje, no puedo volverme atrás. Tampoco lo quiero, ¿por que lo querría? Será lo que tenga que ser, lo importante es que será algo. Para bien o para mal. Estaremos juntos como pareja el resto de nuestras vidas. O seremos amigos el resto de nuestras vidas. Si está con alguien, voy a respetarlo.”
“Carla es una persona increíble, valiosa, agradable, con un sentido del humor a prueba de todo. Entonces, ¿cómo pude ser tan estúpido para dejarla ir? ¿Y ella por qué me dejó ir? Quizás porque ya no me quería, quizás por eso dejó que me alejara, quizás…”
“No hay respuestas ciertas”, pensó, “hasta que no hable con ella todas son conjeturas. Que tráfico. Cuanto tarda este tipo, es medio tronco para manejar. En fin, paciencia, voy a relajarme para que Carla me vea bien, distendido.”
El viaje fue eterno, o al menos eso le pareció. Los pensamientos se sucedían con una velocidad impensada. Y el iba perdido en sus pensamientos, en sus teorías sin base, en sus preguntas sin respuestas. Iba distraído, pensaba en ella, en como y porque había sucedido lo que había sucedido. En como revertir o subsanar, o hacer lo que fuera necesario, para que ella volviera a ser parte de su vida.
Ricardo nunca llegó a ver a Carla, eso le quedó pendiente. Entre ellos se interpuso un colectivo que, por la mala maniobra de una moto, chocó contra el taxi en el que viajaba. Murió instantáneamente.
Dos años después, Ricardo logó traspasar ese límite entre la vida y la muerte. Y volvió para definir eso que le había quedado. Esa tarde, él fue a buscar a Carla a la salida de su trabajo. La vio como nunca, la notó distinta pero bellísima. Ella estaba sorprendida de verlo, pero no desagradada por la visita, se querían mucho.
Esa noche fue una celebración, una celebración propuesta por ella y secundada por él. Ella pidió que la sorprendiera y Ricardo no dejó de sorprenderla. Recorrieron esos sitios a los que iban cuando eran felices, esos sitios que les eran propios. En un momento, él sintió que debía ser valiente, que debía preguntar que había sido de su vida en estos tres años. Ella le dijo que había trabajado mucho, que siempre se había preguntado que había pasado con ellos.
Muchas veces, le dijo Carla, intenté hablar con vos, llamarte para saber que nos estaba pasando, que nos pasaba, por que esa silenciosa pausa. Pero no me animé, no podía. Me daba miedo de terminar lo que teníamos, o en realidad, lo que no teníamos. Aunque también me daba miedo de seguir, y que tomáramos por costumbre esas pausas antinaturales.
Y entonces, como al descuido, como quien no quiere la cosa, Carla deslizó que estaba viendo a otra persona, que se estaban conociendo. Era algo muy reciente, él le hacia mucho bien. Entonces ella lo miró muy fijamente a los ojos, y le dijo: “Si vos querés volver podemos hacer el intento…”
Cuanto le hubiera gustado escuchar esa frase antes de hoy, antes de que pasara todo lo que pasó. Pero no, la escuchó justo en ese momento, justo cuando era tarde, muy tarde. Por alguna razón que ignoramos los mortales, en ese momento Ricardo entendió todo. Supo lo que le había pasado, supo que esa era su última noche en la Tierra, supo que debía liberar a Carla de la relación. Él ya no podía ofrecerle nada.
Y también supo como decírselo a ella: “Seamos amigos”, le dijo, “después de todo este tiempo no puedo más que pedirte eso. El amor no tiene garantía, ni seguro. Pero un amigo es para siempre ¿no? No me gustaría volver a perderte, y retomar la relación en este momento, seguro implicaría eso. Sos una persona muy importante para mí.”
Hablaron, hablaron, perdieron la noción del tiempo, que recuperaron cuando los rayos del sol se colaron por la ventana del living. Ricardo miró la hora, y supo que debía irse. Ella lo acompañó y lo despidió con un amoroso beso en la mejilla.
Al otro día Carla llamó a su amigo y se enteró de lo que le había pasado, y de lo que había pasado. El volvió en cuerpo y alma por ella, para sacar esos odiosos puntos suspensivos y ponerle un dulce final a esa relación.

miércoles, 7 de diciembre de 2011

En cuerpo y alma

Hacía mucho tiempo que habían dejado de verse, algo más de tres años. La relación no había funcionado. Ninguno de los dos sabía muy bien por que. Son esas cosas que pasan, en las que no hay una razón específica, sino pequeñas razones que forman un todo.
Un cúmulo de pequeñas cosas, falta de entendimiento, de comunicación, de química, ausencia de chispa. Todas ellas, constituyen un nutrido universo, que hace difícil la vida en común. Desgastando la relación, haciendo que se torne de algo maravilloso en algo insufrible, irritante.
Un día Ricardo sintió la necesidad de ir a buscar a Carla a su trabajo. Ella se sorprendió cuando lo vio esperándola a la salida. Por un segundo sintió nuevamente esa emoción que hacía que le revolotearan mariposas en el estómago. Al segundo siguiente la emoción fue desplazada por los cuestionamientos, las elucubraciones, y las preguntas sin sentido.
Carla se preguntaba “¿Qué estará haciendo él acá? ¿Qué será lo que quiere? ¿Vendrá a pedirme o a contarme algo? ¿Qué le digo si viene a contarme que se casa? ¿Felicidades? No sé si voy a poder mentirle, se me va a notar. Aunque tal vez venga a invitarme para ir a algún lado. O simplemente tenga ganas de verme, pero ¿por qué ahora? ¿Por qué justamente hoy?”.
Su cabeza era un mundo, en esas dos veredas que caminó hasta saludarlo se le cruzaron miles de pensamientos, que recorrían su cerebro a la velocidad de la luz. “Está bien”, se dijo Carla, “no voy a seguir pensando, por que se va a dar cuenta que estoy pensando en por que vino, y va a pensar que me importa mucho. Y no puedo darle esa impresión por que no sé a que vino…”
Inmediatamente después del fraternal beso en la mejilla, vinieron los saludos protocolares. Comenzó Ricardo con un: “Hola, ¿cómo estás?”
“Muy bien”, le contestó Carla, “¿y vos?”. “Muy bien también”, le contesto él.
Carla no pudo más con su genio, y le dijo: “Que raro verte por acá, ¿estabas por la zona?”. Él, que conocía su espíritu indagatorio, le contesto: “No”. Pero ella no le dijo nada más, sólo sonrió. Lo que obligó a Ricardo a preguntarle: “¿No querés saber por que vine?”
Ella se moría de ganas de saberlo, pero lo conocía demasiado como para entrar en su juego. Quería demostrarle que era una mujer diferente, que había madurado, que era refractaria a ciertas cosas. No tenía ganas de entrar en su concurso de preguntas y respuestas. Sólo quería una respuesta, la respuesta. Si él se la daba, bien, y sino se quedaría con la duda. O su imaginación la daría una respuesta que fuera plausible.
“Está bien”, le dijo él como si hablara con su sobrina de seis años, “Si no te interesa, entonces no te lo digo”. Ella lo miró fijamente y no contestó, se quedó muda, con una sonrisa irónica que le sellaba los labios. “La verdad”, le dijo Ricardo, “vine por que tenía ganas de verte. Estás hermosa, distinta, pero muy bella”.
“Vos también estás muy guapo, me alegré mucho cuando te ví. Me hizo muy bien que vinieras, tuviste una gran idea. ¿Lo celebramos?” “Por supuesto” dijo Ricardo, “Esto merece una celebración. Este día tiene que constituir para nosotros un hito, un hecho inolvidable”.
Carla pensó: “Si aceptó ir a celebrar es por que no está con nadie, es una buena señal. Tal vez podamos recomponer nuestra relación, nunca pude superar nuestra ruptura, y parece que él tampoco. O, al menos, no formó otra pareja, a menos que la tenga y me lo quiera comunicar celebrando… Tal vez me quiera pedir permiso para terminar definitivamente lo nuestro”.
Siempre sus pensamientos la torturaban, se adelantaban a ella, y la hacían sufrir. La llevaban por lugares en los que Carla no quería estar, ni recorrer, ni siquiera saber de ellos. Pero esta vez iba a ser diferente, esta vez ellos no iban a tomar el control. Esta vez no iban a volver a arruinar su relación con Ricardo. Así que mientras iban camino a su celebración, ella se dijo: “Todos ustedes fuera, déjenme en paz, estoy siendo feliz”.
“¿Donde tenés ganas de ir?”, le dijo Ricardo. Carla le contestó: “Ya que me sorprendiste viniéndome a buscar, quiero que esta sea una noche de sorpresas. Sorpréndeme nuevamente”. Y sí que la sorprendió, fueron a ese lugar chiquito donde iban siempre, ese que era “su lugar”. Eso la emocionó y si todavía le quedaba alguna duda, las despejó.
Después fueron a la casa de ella, hablaron, y hablaron, se contaron que había sido de sus vidas el tiempo que habían estado separados. Todo era como al principio, se habían olvidado los malos momentos, el desgaste, los desencuentros. El tiempo había suavizado y mejorado todo lo que sentía el uno por el otro.
No se dieron cuenta que el tiempo había transcurrido hasta que un rayo de sol que se colaba por la ventana del living iluminó sus caras. Ricardo miró el reloj, y dijo: “¡Mirá que hora es! Tengo que irme, pero nos hablamos ¿dale?”. Carla bajó a abrirle y se despidieron con un largo beso.
Al día siguiente Carla lo llamó varias veces al móvil, a ese número que había marcado tantas y tantas veces, y guardaba celosamente en su memoria. “Pero este hombre cambió el número de celular y no me lo dijo, o ¿lo habrá hecho a propósito? Ya están ustedes ahí de nuevo, ¿Quién los llamó?”, les dijo a sus pensamientos.
“Lo voy a llamar a su casa”, se dijo. Marcó el número y se sorprendió con un “Hola” que provenía de una mujer. Quedó desconcertada y cortó inmediatamente. “Habré marcado mal”, pensó, entonces volvió a marcar. Y de nuevo, atendió la misma mujer, así que tomó valor y le dijo: “Hola, soy Carla. ¿Está Ricardo”.
“¿Ricardo?” le dijo la mujer. Carla pensando que la mujer era una empleada le respondió: “Ricardo, el dueño del departamento”. “Ah, si, el dueño. No, mire señorita, yo le alquilo a la mamá de Ricardo. Él murió hace como dos años, le doy el número de la mamá así ella le cuenta mejor, ¿tiene para anotar?…

lunes, 5 de diciembre de 2011

La rutina aniquiló a la rutina

 Hacía tiempo pensaba, meditaba y reflexionaba sobre su vida. Esa vida monótona, rutinaria, aburrida y hastiante. Todos los días hacía lo mismo, no distinguía el lunes del viernes. Sus días parecían malas fotocopias de un original no muy original.
Todos los días se levantaba, se duchaba mientras se hacía el café, tomaba el desayuno leyendo el diario. Salía de su casa todos los días a la misma hora. Caminaba 4 cuadras, siempre tomaba por las mismas calles porque tenía el tiempo calculado, casi un minuto por cuadra. Tomaba el subte todos los días a la misma hora, salvo que éste se retrasara. Siempre subía al mismo vagón. Siempre viajaba con la misma gente,
Esa mañana sonó el despertador como todos los días, a la misma hora de siempre. Entonces Julio se dijo: “Voy a romper la rutina, hoy van a ser cinco minutos más”, y así lo hizo. Puso la cafetera, y fué a tomar una ducha. Cuando salió de la ducha, miró la hora y, sin recordar lo que se había prometido, se dijo: ”Tardísimo, no llego” y se fué sin desayunar.
Salió de su casa, muy apurado. Una vez en el subte, se puso a pensar en su actitud. Estaba enojado, molesto consigo mismo, y pensó: “Quebranté mi propia promesa, soy un animal de costumbre, pareciera que no tengo voluntad propia”. No entendía su actitud, ¿Por qué quería mantener una situación que lo hacia infeliz, que lo abrumaba?
Julio era una persona muy metódica y sobre todo analítica. De camino al trabajo repasó varias veces, no sólo su actitud de esa mañana, sino todo lo que hizo hasta salir de su casa. De pronto, lo recordó. “No desayuné” , se dijo. “Eso es, no desayuné, que bueno. Ahora voy a tener que desayunar en el trabajo”.
“Es algo que debo hacer y nunca hago, jamás desayuno fuera de mi casa. Y lo mejor fué que lo hice espontáneamente, no lo hice por que lo olvidé, porque algo me distrajo y lo olvidé. No seguí alimentando a la rutina, no seguí mi rutina, de manera que puedo cambiarla, olvidarla, dejarla de lado. Mi vida va a ser diferente, todo va a cambiar”.
“Ahora voy a ser distinto, una persona más relajada, una persona más libre, una persona que no está atada a hacer ciertas cosas que tiene que hacer, sino que de ahora en más voy a hacer lo que quiera hacer. Voy a ser tal vez una persona más feliz. Sí, seguramente”.
“Es más, ya me siento más feliz, tan feliz como no me había sentido en meses, o en años o hasta… si, casi hasta en toda mi vida. Romper la rutina fue lo mejor que me pasó nunca, de ahora en más voy a hacerlo siempre. Un día no va a ser igual al otro, todos van a tener ese componente que los distinga, eso que los diferencie, que los haga especiales, que los haga valer”.
“Voy a recordar cada día por lo que pasó, voy a poder distinguir cada día de la semana, y hasta cada día del mes, y hasta cada dia del año. Este es mi propósito de ahora en adelante, para toda mi vida”. Por ese sólo pequeño hecho que fue no desayunar se sentía tan contento, tan pleno, tan firme cumpliendo su propósito, tan optimista, que comenzó a sonreír una vez terminada su reflexión.
Llegó a su trabajo con una sonrisa, cosa que a todos les pareció de lo más extraño. Aunque nadie le preguntó nada. “Que raro”, pensó él, “nadie notó mi buen humor, mi sonrisa, mi felicidad. Claro, pobre gente, está tan sumida en su rutita que no ven más allá, no tienen una visión del mundo en su totalidad, solo ven la pared que tienen delante. Sólo ven la monotonía, la costumbre, la reiteración infinita que los rodea”.
Julio se sentía en la cima del mundo, sentía que había ganado la batalla de su vida, sentía que los demás no estaban a su altura, sentía la necesidad de impulsarlos a buscar a otros rumbos, de contarles como había cambiado su vida, de mostrarles cual era el camino, o al menos el camino que el había seguido y que lo hacia tan dichoso. Se sentía estimulado para obtener grandes y pequeños logros.
Se sentó en su escritorio, prendió su PC, tomó su taza y se dirigió hacia la cafetera. Saludaba a todos con una sonrisa, como nunca lo había hecho, y luego del saludo agregaba con un gesto casi infantil: ”Hoy no desayuné”.
Julio tenía perfecta conciencia que ese había sido un paso inexistente para la humanidad, pero que había sido un gran paso para él. Tal vez el mayor paso que dió en su vida, el primero de otros tantos que lo alejarían cada vez más de esa odiada rutina.