martes, 31 de enero de 2012

Su secreta Pasión

Mario tenía varios pasatiempos, amores, pero sólo dos pasiones. Una era pública, por todos conocida y hasta compartida por alguno de sus amigos. Esa era la astronomía. Su otra pasión era más profunda, secreta, inconfensable, la que guardaba muy dentro de sí y tal vez era la que más disfrutaba.
Es un contador destacado, muy apegado a la rutina. Todos los días sale de su casa a la misma hora, y por supuesto indefectiblemente, llueve o truene, llega a su oficina también a la misma hora.
Abre la puerta de ingreso al edificio, sube al segundo ascensor, cierra las puertas, se mira al espejo, se acomoda el pelo, la corbata y oprime el botón que lo lleva al piso 18. Al llegar a su destino, se mira de soslayo nuevamente en el espejo, controlando que todo esté en su lugar.
Después entra en su oficina, prende la luz, levanta las persianas, prende su PC y luego, apaga la luz. Se para frente a la ventana, corre las cortinas, toma su telescopio, lo acomoda minuciosamente. Y lo dirige hacia su objetivo, ella.
La dama objeto y sujeto de su pasión también es una rutinaria empedernida. Todos los días cumple con el mismo rito minuciosamente sin apartarse un ápice de él. Ella comienza a ser mirada por él cada mañana a las 08:30 en el preciso momento, en el que corre las cortinas de su habitación y mira al cielo.
Acto seguido toma su bata y se dirige al cuarto de baño, del que sale 15 minutos después, atando su bata. Se sienta frente al tocador y comienza a prepararse para salir.
Comienza la ceremonia recogiendo su pelo rubio en una cola de caballo. El paso siguiente es colocar una crema que prepara a su piel para recibir el innecesario maquillaje. Él la mira fascinado, ella es delicada, cuidadosa, minuciosa. Mario no puede dejar de mirarla, en esos momentos ella es como una visión, desaparecería con tan solo tocarla con un dedo.
Él no se pierde detalle de lo que ella hace cada mañana. Sigue todos sus movimientos con una atención suprema. Parecería que trata de memorizarlos como si ella llevara a cabo un ritual pagano, del cual él tiene que recordar todos y cada uno de sus pasos, porque de ello depende su existencia.
Después de haber maquillado sus ojos y su boca, la observada dama se suelta el pelo. Mueve rápidamente la cabeza para un lado y luego para el otro, como si tratara de sacudir su pereza. Ensaya varios peinados delante del espejo y siempre se queda con el penúltimo.
La segunda parte de la ceremonia no se hace esperar, y Mario se prepara para ella. La dama se para frente a su placard, abre ambas puertas, y se para frente a el. Mira cada una de las prendas que se encuentran allí expuestas, y las evalúa.
Su elección es rápida, precisa, certera, siempre se pone lo primero que elige. Toma los zapatos, se los calza y luego se viste. Antes de salir vuelve a sentarse en su tocador, se pone perfume, retoca el peinado y sale de la vista de Mario, al salir de su habitación.
Mario comenzaba su jornada laboral una vez que la dama terminaba su involuntaria y privada función. Feliz, fascinado, con ella dentro de sus ojos, y atesorando su imagen en su memoria y contando las horas para volver a verla y deleitarse con su imagen.
A las 19:01 Hs. La dama en cuestión reaparecía en la vida de Mario. Ella era extremadamente puntual. Prendía la luz de su habitación y de esa manera lo “invitaba a entrar en su mundo”. Se sacaba la ropa con la que había estado todo el día y se ponía algo más cómodo para esperar a su marido que no tardaría en llegar.
Ese ultimo acto de la bella dama anunciaba el final de día. Entonces Mario cerraba las cortinas, bajaba las persianas, apagaba su PC, luego las luces de su oficina y se ponía en marcha para regresar a su casa.
Estaba ansioso por volver, su oficina estaba muy cerca de su casa, en la misma manzana, pero el trayecto le parecía eterno. No veía la hora de encontrarse con su mujer, darle un beso, estar con ella. Mario la adoraba, la amaba, la idolatraba a tal punto que  se convirtió en un voyeur de su propia esposa.

jueves, 26 de enero de 2012

En sus ojos

Nunca fuí una persona temerosa. Muy por el contrario, suelo enfrentar a mis temores. Trato de conocerlos, de saber cuales son sus puntos débiles. Una vez que tengo esa información, los enfrento, los tomo por sorpresa y los derroto. Mis armas secretas, infalibles e invencibles son la lógica y la racionalidad.
Pero hay dos temores que son constantes, que existen en mí desde que era pequeña. Y a pesar de que varias veces los enfrenté, no pude derrotarlos, me vencieron de la manera más humillante. El primero y tal vez el que más me perturba no voy a confesarlo. El segundo me produce solo un poco menos de resquemor, aunque sólo un poco. Y es el temor a los gatos.
Mi miedo a estos animales no radica en que me dañen físicamente. No me inspira temor el animal en sí. Al contrario, me parece de lo más bello y misterioso. Con una enorme cantidad de características positivas, los gatos son anatómicamente perfectos, poseen gran destreza, son eficientes, astutos, certeros, implacables cazadores, independientes, limpios y hasta simpáticos.
Lo que me inquieta de los gatos son sus ojos, su mirada. No sé muy bien como describirlo, tal vez debería hacerlo por descarte. No es algo patológico como una fobia, sino que es algo más intrínseco, más interno. Más espiritual, si se quiere.
Tal vez sea idea mía, pero la peculiaridad que tienen los gatos es esa mirada penetrante. Quizás se deba a la forma tan extraña que tiene su pupila, o a su color tan claro. La sensación que me dan es que no miran ni ven al humano que tienen delante, lo que quieren en realidad es ver su interior. Entran a través de sus ojos fundiendo su mirada con la suya para obtener todo cuanto necesitan saber de nosotros, y almacenarlo dentro de sí.
Un buen día apareció en el jardín de mi casa un gato gris perla. Era tan pequeño, estaban tan desprotegido, que sin pensarlo y sin acordarme de mis temores, lo metí dentro de la casa y le serví un plato de leche. A diferencia de lo que sentía con otros gatos,  Torcuato, así lo llamé, tenía una mirada amable, amigable, tierna, dulce y agradecida.
Con el tiempo me fui olvidando de ese segundo temor que limitaba mi vida, la relación con Torcuato era inmejorable. Me seguía a todos lados como un perro, me recordaba siempre la hora de comer, siempre estaba dispuesto a recibir mimos, y por supuesto yo a dárselos.
Que tonta fuí, tenerle miedo a estos animalitos todos estos años. Como pude tenerle resquemor a lago tan tierno y tan dulce como sus ojos. En fin una idea de lo más boba, de alguien que ignoraba lo magníficos que eran estos animales.
Me demolía cuando me miraba con sus ojitos bizcos, me miraba como tratando de entender lo que yo le decía. A veces el objeto de su mirada era la pared, o algún otro objeto. Eso me daba mucha curiosidad, se paraba frente a algo y lo miraba fijo, durante mucho, mucho tiempo. Como si el objeto en cuestión le diera instrucciones precisas para conseguir la paz del mundo.
Me causaba mucha gracia a la vez que me llamaba la atención su actitud, estaba abstraído, ensimismado, mirando un punto fijo en algún lado. Un día me senté en el piso a su lado y comencé a mirar la pared, fije exactamente mi vista en el punto que el la estaba fijando.
Y fue en ese momento que vi lo que el veía, sentí lo que el sentía y comprendí lo que entrañaba y guardaba su mirada. Un escalofrío recorrió mi columna, el pánico se apoderó de mí. No podía moverme ni articular palabra, estaba presa del pánico, presa de mi inmovilidad. Ahora estoy aquí, presa, dentro de sus ojos

martes, 24 de enero de 2012

El amor y él amor ó El amor vs. el amor

Lo habían intentado todo para salvar lo que quedaba entre ellos. Pusieron alma, corazón y voluntad, pero eso no era suficiente, por eso recurrieron a un terapeuta. Fueron a varias sesiones, pero el estancamiento parecía permanecer. El terapeuta les dió algunos consejos para manejar la situación, como que escribieran todo lo que sintieran, para poder transmitírselo al otro de una manera más clara.
Lo rescatable de la terapia es que les permitió conocer al otro y conocerse un poco más. Pudiendo sacar algunas cosas en limpio, y decirse algunas cosas que no podían, porque el enojo brotaba y no se les permitía hacerlo.
Gonzalo tenía que hacer un largo viaje de negocios, estaría fuera casi dos meses. En un principio Valeria iba a acompañarlo, pero decidieron tomarse ese tiempo para ver lo que les pasaba.
Siguiendo los consejos de su terapeuta, ambos tomaron nota de sus sentimientos, sensaciones, vivencias. Estas son las conclusiones a las que arribaron Gonzalo y Valeria:
Gonzalo intentó plasmar todo lo que sentía en el vuelo de vuelta, y escribió:
“Estos días fueron bastante complicados, ajetreados y solitarios. Contrariamente a lo que vos creerás al leer esto, las complicaciones no se debieron a mi trabajo sino a tu ausencia. Te extrañé como nunca creí extrañarte.
Descubrí muchas cosas, sobre mí, sobre nosotros. Me di cuenta que cometí muchos errores, demasiados, espero que no sea tarde. Espero que entiendas y sobre todo me entiendas, sé que no puede volverse el tiempo atrás, que todo lo que hice lo hice. Lo importante es que lo ví. Y me arrepiento
Me porté como un verdadero idiota todos estos años. Le dí prioridad a mi trabajo, cuando no debí habérsela dado. Me ganó la ambición, el estar un escalón más arriba, el llegar. Todo eso a costa de nosotros, robándome y robándote tiempo de estar juntos.
Estuviste sola durante mucho tiempo y en muchas circunstancias. Sin dudas yo soy el único culpable, ahora siento que te abandoné, aunque en ese momento no lo considere así.
Me parecía que todo funcionaba bien así, no tenía idea de cuales eran tus sentimientos. Pero eso no fue porque no me importaran o porque no me importaras, todo se debió a mi incapacidad, a mi falta de compromiso
Todo cambió cuando se presentó la posibilidad cierta de perderte, eso sacudió mi estructura. Me desestabilizó, me hizo tomar conciencia de lo que tenía y estoy a punto de perder. Tengo que darte la razón, dejé la relación a la deriva cargando todo en tus espaldas. Eso no fue justo para vos.
En este tiempo tuve la posibilidad de estar sin vos, y no me gustó aún sabiendo que esto era temporal. No me imagino como sería mi vida si supiera que esta situación es definitiva. De sólo pensarlo se me hace un nudo en la garganta, me angustia la sola idea.
Vale, si hay algo que tengo claro es que te amo, y estoy dispuesto a hacer lo que sea para que estemos juntos. Para que todo sea diferente, no soportaría verte sufrir. La sola posibilidad de perderte me aterra. No todo está perdido, hagamos el intento…”
Valeria intento escribir lo que sintió en ese tiempo, habia días en los que se sentía confundida, contrariada y contradictoria. Al principio no sabía muy bien lo que quería. La noche antes de que regresara Gonzalo, comenzó a garabatear algunas frases sueltas, y sin darse cuenta escribió esto:
“Estos últimos días fueron extraños, por momentos maravillosos, mágicos, por otros angustiantes, inciertos. Al principio no sabía donde estaba parada. Quería hacerlo todo y no hacía nada.
Estaba perdida, confusa, indecisa, pero finalmente pude poner las cosas en cajas y finalmente en orden.
Durante todos estos años, la relación estuvo exclusivamente a mi cargo, te dejaste llevar, conducir, me abandonaste y, tal vez yo me dejé abandonar. Te escondiste detrás de un sinnúmero de excusas, que solo eran eso, excusas vacías.
No sé si alguna vez te importé. Quizás si, quizás no. No sé si vale la pena averiguarlo ahora. El pasado ya no tiene sentido, salvo para aprender de él. Para no cometer los mismos errores que hemos cometido.
Ahora sólo pienso en el presente, en lo que tengo hoy, y en base a eso en lo que voy a llegar a tener. Lo que hicimos quedó atrás, como dije, ya no cuenta. Te pido disculpas si te hice daño, no era mi intención, solo quería que te dieras cuenta de lo que teníamos.
De lo que podíamos perder, del fracaso inminente que se acercaba hacia nosotros a pasos agigantados. En estos días tuve tiempo para reflexionar. Para hacer cosas que en estos últimos años no había hecho y ya casi no recordaba.
En estos últimos días reencontré el amor, ese amor que creí perdido, agotado. Despertó esa parte de mí que creí dormida e insensible. Es extraño como las cosas ocurren y de la manera que ocurren.
Gonzalo, tengo que ser honesta con vos como quizás nunca me animé a serlo por temor a perderte. Entre nosotros ya no queda nada en absoluto. Si había algo esta separación lo terminó de aniquilar. Es mejor que no volvamos a vernos.
Valeria dejó la nota sobre la mesa de la cocina, se aseguro de que estuviera en un lugar visible. Tomó sus valijas y se fué…

viernes, 20 de enero de 2012

Entre el odio y el amor...

Lucila había tenido una vida difícil, pero los últimos años habían sido los peores de su vida. Cuando tenía 8 años sus padres habían muerto en un accidente. Desde ese momento, ella había quedado a cargo de su abuela y su tía.
Su abuela era una persona dulce, sensible, una mujer humilde, trabajadora. Quería mucho a su nieta y le daba todo cuanto podría. Sobre todo amor, cariño y comprensión que era lo que a la niña le faltaba, al faltarle sus padres.
La tía en cambio era una persona con una gran amargura, egoísta, malhumorada, rígida. Ella tenía una historia larga, plagada de infelicidades, desamores y desencantos. Se había enamorado del hombre equivocado, el padre de Lucila, pero el tuvo el mal tino de fijarse en su hermana menor y enamorarse de ella.
Esa era una de las razones por la que convertía a la niña en el blanco de descarga de todo su odio y frustración. Lucila era el símbolo viviente del amor de sus padres. Y por lo tanto el eterno recordatorio de su infelicidad.
No podía soportar su presencia, trataba de ignorarla, pero no podía contenerse. Cuando su madre no estaba en casa, maltrataba a la chica física y verbalmente, la humillaba, la denigraba. Lucila era muy parecida a su madre, y soportaba todo con estoicismo, con la convicción de que ya vendrían tiempos mejores.
Su abuela trataba de evitar esas situaciones reprendiendo a su hija. Trataba de hacerle entender infructuosamente que la nena nada tenía que ver con lo que pasó o no pasó con su padre. No era su culpa. En realidad, el amor no correspondido no era culpa de nadie.
Ni siquiera del padre de Lucila. “Eso es obra de la fatalidad”, le decía, “Cosas del destino, cosas de la vida, de las que nadie es responsable, ni culpable. Sólo pasan y debés reponerte, dejar de odiarlo a él y a ella.”
“Tenés que olvidarlo. Ya pasaron muchos años y él esta muerto. Buscar la manera de ser feliz, con alguien que te corresponda. Si lo buscás seguramente lo vas a encontrar. Sos una mujer linda, inteligente, joven. ¿Qué te impide rehacer tu vida?.”
Pero los consejos de su madre sólo lograban enfurecerla más y más. Y le hacían ver en su madre también una enemiga. Los años pasaron y ella nunca rehizo su vida. Lo intentó, pero estaba tan amargada y resentida que los hombres la rehuían.
Cuando la abuela murió, todo cambió drásticamente en la vida de Lucila. Ya no tenía quien la defendiera de su tía, ahora estaba sola con ella en su casa. Y con el apoyo externo de Federico, su amigo de la infancia que, con el transcurso de los años, se había convertido en algo más.
Se veían a escondidas, porque su tía, naturalmente, no aprobaba la relación. Ella odiaba a Federico y hacía lo imposible para que Lucila lo odiara. Y cuanto más lo intentaba, ella más lo amaba. Él era su contenedor, la valoraba, la consolaba en los malos días.
La amaba y ella lo amaba a él. Eran el uno para el otro y la tía lo sabía, por eso se interponía en su camino. Él era lo único que tenia en este mundo. Era lo que ella necesitaba, representaba el amor que la vida le había negado primero al morir sus padres y luego al morir su abuela.
Un día la tía llamó a Lucila, y le dijo que tenía que hablar con ella. Estaba feliz, exultante, desconocida. Esto llamó mucho su atención. Mientras se sentaba a la mesa de la cocina, donde iba a tener lugar la conversación, Lucila la vió tan bien, tan lejana a lo que era normalmente, tan desconocida, que pensó que tal vez su tía iba a comunicarle que había encontrado el amor.
Su tía aclaro su garganta, y le dijo “Lucila ya tenés 19 años. No sos una niña, sos una joven. Ayer el farmacéutico me mando a decir que tenía que hablar conmigo con urgencia. Por eso hoy fui a verlo. Estuvimos hablando mucho, es un hombre culto, que esta en muy buena posición, muy agradable. Él me dijo que te quiere y mucho, y me pidió tu mano. Ya se hicieron todos los arreglos. En dos meses van a casarse.”
“No te preocupes, él se encarga de organizar todo. Tiene el dinero y los medios para hacerlo. Vos de lo único que te tenés que preocupar es de ser una buena esposa y complacerlo en todo.”
Lucila no salía de su asombro, estaba atónita, petrificada. Tenia la boca seca y no podía articular palabra. Su corazón latía como nunca había latido. “Pero tía”, dijo, “Yo no lo conozco, no lo quiero, es un hombre muy mayor.” ¡Que lejos estaba la pobre de convencer a su tía con esos argumentos!
“Eso no importa Lucila, ya todo esta arreglado. No puede volverse atrás. ¿No lo entendés? Te casás y punto, esta es la vida real.”
“¡Pero yo amo a Federico!”, le dijo Lucila.
“A mi eso no me importa”, le contestó. “Federico es pobre, no puede mantenerte y jamás podrá. El amor no pone comida en la mesa, el amor no te viste, ni paga las cuentas. El amor no sirve para nada, sólo confunde a las personas y las hace tomar decisiones estúpidas. Y eso no va a pasarte, para eso estoy yo, para guiarte y aconsejarte.”
“No tía, yo no voy a casarme con él. No lo quiero, y podría ser mi padre, o mi abuelo.”
“Lucila, yo te cuidé y te mantuve durante todos estos años, te dí casa y comida. Tenés que casarte con él, me lo debés. Tenés que asegurar mi vejez. ¿De qué voy a vivir? Por cuidarte perdí muchas oportunidades en mi vida, estás en deuda conmigo.”
No había salida, ni escapatoria. No le dijo nada a Federico, no podía decírselo, sólo dejó de verlo. Ella lo conocía, él le pediría que se escaparan, que dejara plantada a su tía y sus malévolos planes. Pero ella no podía y mucho menos debía hacerlo. Lo que su tía le había dicho tocó sus fibras más intimas. Ella tenía razón, era la que se había hecho cargo cuando murieron sus padres. Debía pagar su deuda.
Lucila hizo lo que debía hacer, con toda la dignidad del mundo cumplió con su deber y pagó la deuda que tenía con su tía, casándose con quien no amaba. Ese mismo día Federico se fue del pueblo.
El farmacéutico era un buen hombre, cariñoso. Ella fue su compañía en sus últimos años, siempre lo respetó y lo cuidó cumpliendo a rajatabla su deber de esposa. Cuando su marido murió Lucila volvió a sentirse sola, y sintió la necesidad de buscar a Federico. Ella ya era libre, nadie podía interponerse entre ellos.
La pregunta era si él aún seguía queriéndola, si ella no lo había herido demasiado, como para que él ahora la odiara. Debía explicarle lo que había pasado, el porque de su conducta.
Y así fue como Lucila comenzó su búsqueda desesperada con la sola esperanza de que él la entendiera. Lo buscó e hizo buscarlo por cielo y tierra. Le tomó varios meses encontrarlo. Cuando por fin lo hizo, no hubo reclamos, ni preguntas de parte de Federico. Él la había esperado todos esos años, teniendo la certeza de que ella algún día sería suya, porque ese era su destino.

martes, 17 de enero de 2012

¿Ella o yo?

Se sentía agobiado, acorralado. No tenía idea de como salir de ese atolladero, tenia que tomar una decisión. Pero, ¿cuál sería? Ella lo presionaba de una manera impiadosa, lo perseguía, lo controlaba. Todo comenzó en el momento en que ella enunció esa maldita frase, que más que una frase en si misma encerraba una pregunta.
“Pensalo muy bien y después me contestás”, le dijo ella, “¿Ella o yo? .
En realidad, esa era “la pregunta”. Esa que lo cambia todo. Esa que da visos de seriedad, de compromiso. de todo y de nada a la vez. La misma que pone un hasta aquí, que obliga a elegir, a tomar posiciones a hacerse cargo, a determinar de que lado se está y con quien.
Esa pregunta tan remanida, tan usada, tan dicha por todos. Y tan original al mismo tiempo. Porque para que sea creíble, solo puede usarse una sola y única vez. Porque es determinante, y no tiene vuelta atrás. No es algo que deba usarse livianamente, es algo que debe pensarse para hacerse y mucho más para dar una respuesta.
La idea de tener una amante en un principio le atrajo, luego lo sedujo y posteriormente lo obsesionó. Se le hizo carne, fue su norte y su meta. Debía conseguirla, hacer realidad sus sueños, sus fantasías.
Había escuchado historias, por supuesto todas geniales, que describían las bondades del amantazgo, Era un estado ideal, todo era a pedir de boca. Una amante le daría todo lo que él necesitaba, satisfaría sus instintos polígamos.
Rompería la rutina, cumpliría el sueño de la geisha propia. Al fin él iba a ser el centro del universo, eso era lo único que importaba. El era un hombre importante, y un hombre de su posición podía darse ciertos lujos, tener ciertas excentricidades.
Todos en su circulo lo hacían Él. al igual que los demás, necesitaba un cable a tierra. Entonces ¿por qué no iba a poder hacerlo? Se dió permiso, se felicitó por la decisión y comenzó la búsqueda.
Después de unas semanas encontró lo que buscaba. Una chica mona, joven, que cumplía con todos sus requisitos. Pilar había venido del interior hacía poco tiempo. Lo primero que hizo al llegar a la gran ciudad fue recrear, prolijar, hermosear un poco su “biografía”. Modificó todo cuanto se le ocurrió y pudo de manera que todo cerrara para lograr su objetivo.
Otras de las modificaciones que transformaron su existencia, y la hicieron mutar de patito feo a cisne, consistieron en cambiar su color de pelo, su nombre, y alguna que otra cosita. Ella era muy ambiciosa, quería subir en la escala. Menos trabajar iba a hacer lo que fuera para conseguirlo.
Cuando estuvo convenientemente mutada, se hizo asidua concurrente a lugares donde asistían señores con buen pasar, y tenían avidez por conocer bellas mujeres. Así es como conoce a Pedro.
Desde el primer momento todo quedo perfectamente claro, el delimitó cual era el rol de cada uno. Y lo que ella recibiría a cambio. Ella estuvo de acuerdo con el rol que le había tocado y lo que conseguiría desempeñándolo.
Pedro compró dos teléfonos móviles de distintas empresas, sólo se comunicaban a través de ellos. Si uno de los teléfonos estaba apagado, el otro estaba fuera de su mundo. No había preguntas, ni falsas respuestas, ni reclamos.
El nunca habló con nadie de Pilar, ni con sus amigos, ni con su analista. Ella tampoco habló con nadie de Pedro, no tenia amistades, y su familia había quedado olvidada en un pueblito del que ella ni siquiera recordaba el nombre.
Ella estuvo de acuerdo, al menos en principio, con el acuerdo al que habían arribado, pero la ambición comenzó a acicatearla, a cuestionarla, a hacerla sentir insatisfecha, insignificante. Los años pasaban, y ella seguía estancada en su rol de amante no muy amada. Comenzó a desesperarse, a buscar otras vías, otros medios que le permitieran lograr ese ascenso.
No podía ser su amante eterna, debía ser algo más. Su esposa, por ejemplo. Había fijado su meta, ahora debía llegar a ella como lo hacía siempre, a través de un atajo. Ese atajo fue dando un primer paso, un paso firme y seguro.
Hizo investigar a Pedro, quiso saber todo sobre él, era la única manera de lograr lo que quería. Supo después de varios años como estaba compuesta su familia, donde vivían, el nombre de su esposa, cuales eran sus actividades, etc. No dejó nada librado al azar, no podía dejar nada librado al azar.
Un día Pilar llamó a Pedro a su trabajo, el quedó atónito. “Necesito verte”, le dijo.
“¿Cómo conseguiste este número?”, le pregunto Pedro.
“Eso no importa”, le dijo ella. “¿Dónde nos vemos?”
Pedro estaba asustado, presintió, y no se equivocó en eso, que ella era capaz de cualquier cosa.
“Paso por tu casa en media hora, ¿te parece?”
“Perfecto”, le dijo Pilar.
Cuando llegó a su casa, ella hizo ciertos comentarios que ponían de manifiesto que Pilar manejaba información. Pero él no le dio mayor importancia. Ella le dijo que sin darse cuenta se había enamorado de él, que no podía vivir así, que necesitaba algo más. Que lo necesitaba. Fue en ese preciso momento que surgió: “Elegí Pedro, ella o yo”.
“No me contestes ahora”, le dijo, “Pensalo…”
“Está bien”, le dijo él. “Te prometo que voy a pensarlo.”
Pedro salió de su casa reprochándose como se le había ocurrido en primer lugar tener una amante, y en segundo tener a una mujer como Pilar como amante. Ambas cosas eran una locura, un riesgo. Ahora toda su vida estaba en juego, y él a punto de perderlo todo.
¿Qué haría? ¿Cómo iba a salir de esto? Pilar no se conformaría con un: “La elijo a ella”. Ella tiene información, eso es seguro pensó. Me llamó a la empresa, podría llamar a mi mujer, a mis hijos. Pedro estaba desesperado, y la desesperación no trae buenas ideas ni hace tomar sabias decisiones.
Pedro lo pensó, lo meditó y finalmente vió la luz. La solución era simple. Casi más simple de lo que él creía. Así que llamó a Pilar y le dijo: “Tomé mi decisión. Este fin de semana nos vamos de viaje.”
Pilar estaba feliz, exultante, había logrado lo que quería, su meta estaba alli, casi podía sentir el brillo del triunfo en su rostro. Que bien se sentía, si pudieran verme ahora mis compañeras de colegio, la gente del pueblo, que envidia les daría, pensó.
El viernes por la tarde Pedro pasó a buscarla en su auto. “¿Adónde vamos mi amor?”, le dijo ella. “Esa es tu sorpresa”, le respondió él. Pedro manejó hasta que oscureció, luego busco un hotelito modesto pero muy acogedor, donde pasaron la noche. Al otro día se levantaron muy temprano y prosiguieron el viaje.
Hasta llegar a un lugar paradisíaco, apartado, maravilloso. Estaba rodeado de montañas, había un pequeño río. Que a fines del invierno se convertiría en un gran río alimentado por el agua del deshielo, vegetación y aire puro. Casi era medio día, el sol estaba en su esplendor iluminando un cielo cerúleo salpicado por algunas nubecitas blancas.
“Llegamos”, le dijo Pedro. “¿Te gusta el lugar?”
“Me encanta”, le contestó ella.
“Que bueno”, le respondió él. “Porque lo elegí especialmente para vos”. Tomó la cabeza de Pilar entre sus manos, la besó y con un hábil y seguro movimiento rompió su cuello.
Cavó un pozo muy profundo. Pronto, cuando el río creciera, la naturaleza haría el resto

viernes, 13 de enero de 2012

Un acto de amor

La confesión que su mujer le había hecho lo hirió en lo profundo. No podía creer lo que ella le estaba diciendo. No lo entendía. Le pregunto varias veces a lo largo del relato si era una broma, pero ella le respondió que no, que jamás había hablado tan en serio.
Nunca había hablado con nadie de ese tema, nunca se había animado a contárselo a nadie. Para ella fue una liberación habérselo contado, sólo en él confiaba. “Sos la única persona en este mundo que lo sabe. Debía contártelo a vos primero, no podía ser de otra manera”.
“Dudoso privilegio”, pensó. Se levantó del sillón sin poder articular palabra. Estaba yendo a la cocina a servirse un vaso de agua cuando algo lo detuvo. Volvió la cabeza, la miró a los ojos muy profundamente y le hizo la pregunta. Esa pregunta que sólo se hace cuando se está muy seguro, o muy desesperado. Esa pregunta cuya respuesta a veces es obvia y otras sale sobrando.
“Pero, ¿vos me querés a mi?” le preguntó.
“Sí”, le dijo ella, “Te quiero mucho, pero no estoy enamorada de vos. No podría, nunca pude, jamás estuve enamorada de un hombre. Siempre supe que era diferente, nunca pude asumirlo. A vos te quise más que a nadie, por eso me casé con vos. Al principio, pensé que con el tiempo, podría enamorarme. Pero no fue así”.
“Sé que con esto te estoy hiriendo, no sé como repararlo, no te das una idea lo mal que me siento, No podía seguir mintiéndote y mintiéndome, no puedo seguir a tu lado atándote a una ficción. Nunca me gustaron los hombres, las veces que me enamoré fue de una mujer”.
“Y ahora estás enamorada”, preguntó él.
“No”, le respondió ella, “Primero tenía que resolver lo nuestro. Te repito me costó mucho tomar esta decisión, confesarte lo que te confesé”.
Por más que hablaban sobre el tema como dos viejos amigos, él se sentía aniquilado. Estaba abrumado, desorientado, solo tenía dudas y preguntas inútiles que lo único que hacían eran herirlo. Ella era el amor de su vida ¿Cómo nunca se había dado cuenta de nada? ¿Cómo no lo había notado?
Sentía que su mujer era una extraña, una persona ajena. ¿Quién era ella en realidad? Sin duda, ella no era la que él creía que era, sin duda era una persona diferente. Alguien que sentía y amaba no como el creía, sino en forma diferente.
“Yo te amo”, le dijo él, “Quiero que seas feliz, eso es lo único que me importa. ¿Qué puedo hacer por vos?”
“Nada”, le dijo ella, “No puedo pedirte nada más”.
Pasaron dos años desde aquel día. Ella estaba intentando armar su vida en torno a su asumida condición. El amor todavía no le había llegado, aunque eso era algo que no le preocupaba. En todo ese tiempo no había tenido ninguna noticia de su marido. Tampoco intentó llamarlo o saber de él, sabía que el la amaba y ella le había hecho mucho daño ¿Para qué hacerle más?
Una tarde de sábado, su teléfono móvil sonó. Miró el identificador, y era él. Su corazón se aceleró, estaba emocionada, respiró muy profundo y atendió. “Hola ¿Cómo estás?”
“Muy bien”, le dijo ella.
“¿Estás en tu casa?”, le preguntó su ex con una voz un tanto extraña.
“Si”, le contestó, “¿Querés venir? Tengo ganas de verte”.
“Muy bien, en un rato estoy ahí”.
Cuando ella abrió la puerta, no podía creer lo que veía. Era su marido. En realidad ya no era ni su marido ni un él, porque él se había convertido en ella, por y para la mujer que amaba.
Ella lo miró, la miró y no podía creer el cambio, no podía creer ese acto de amor, por el cual lo amó y se enamoró como nunca se había enamorado en su vida.
Esta tarde volvieron a casarse, aunque esta vez no como él y ella. Esta vez fueron ella y ella, esta vez ambas estaban enamoradas, y esta vez ellas serán felices por siempre.
Nota: Este cuento surgió por una nota que leí en Clarín. La noticia era un tanto escueta. Decía que el marido tras haberse divorciado de su esposa se había cambiado de sexo. Posteriormente volvió a casarse con la que había sido su esposa. El resto lo hizo mi imaginación…

jueves, 12 de enero de 2012

¿El hilo de la realidad?

La discusión fue subiendo de tono más y más. Estaba ofuscado, su adrenalina estaba a tope, igual que su presión arterial. Sentía la sangre fluir cada vez con más fuerza, con más violencia, su corazón estaba acelerado, casi no podía respirar.
Tenía que detenerse, estaba llegando a su límite, ese límite que no debe atravesarse, sencillamente por que no hay vuelta atrás. Fue en ese preciso y fatídico momento en el que su interlocutor le dijo algo que no debía decirle.
El escuchó lo que no querría haber escuchado nunca. Aún así lo escuchó. Eso desató sus demonios, la ira reprimida y contenida. La irracionalidad tomó su ser, se apoderó de el. Surgió ese animal primitivo e irrefrenable que no sabía, que no creía que tenía dentro.
Trató de luchar contra él, pero fué inútil. Ese ser desconocido e irracional que estaba oculto, y que se había convertido en él mismo, se apoderó totalmente de su persona. Abrió el cajón de su escritorio, sacó su arma, quitó el seguro y sin pensarlo tiró del gatillo.
Todo tomó un sólo segundo. En sólo un segundo la ira se había apoderado de él y lo había convertido en un ser irracional. En sólo un segundo pasó de ser un hombre de bien a ser un asesino. El límite había sido cruzado, ya no había vuelta atrás.
Al ver el cuerpo de ese hombre tendido en el piso tuvo una terrible sensación de irrealidad. La cabeza le estallaba, su cuerpo temblaba, le faltaba el aire, y por su frente corría un sudor metálico, frío, helado. Como si la muerte estuviera acariciando su frente.
Después devino la negación: “¡No pude haber sido yo el que tiró del gatillo!” La duda imposible: “Soy incapaz de hacer una cosa así”, se decía. Los eternos e interminables cuestionamientos y velados reproches. “¿Por qué compré esa arma? Si no hubiera tenido esa arma en mi escritorio él estaría vivo. ¿Por qué no me detuve antes? ¿Por qué me expuse a ponerme en ese estado? ¿Cómo no me dí cuenta? ¿Cómo pude tirar del gatillo?”
Luego la culpa, la conmiseración, la piedad por él y por el otro. ¿Qué haría ahora? Llamaría a la policía, les contaría lo que pasó, se entregaría y afrontaría las consecuencias.
En un sólo segundo su vida estaba arruinada, había perdido todo lo que tanto esfuerzo le había costado conseguir. Todo cuanto tenía en el mundo se había ido para darle paso a la desventura, a la desgracia. Todo a causa de una mala decisión, de un acto irracional.
“No, no puedo arrastrar a mi familia conmigo. Tengo que solucionarlo de otra manera, como un hombre, con dignidad, con coraje”. Así que tomó el arma, se la colocó en la boca y disparó.
Inmediatamente escuchó una voz que le era familiar. Era la voz de su mujer que le decía: “¿Estás bien? Te desperté por que tenías una pesadilla… Te movías, y gritabas”.
El la miró desorientado, no entendía muy bien ¿Cómo?… “Fue un sueño”, se dijo con alivio. “Mañana te cuento”, le dijo. “Pero lo primero que voy a hacer es devolver esa bosta de arma que compré hoy”.

martes, 10 de enero de 2012

El día que algo me pasó

Todavía no salgo de mi conmoción, de mi asombro. No puedo creer que haya pasado lo que pasó. Tal vez nada pasó, tal vez todo fue un mal sueño. O tal vez todo fué parte de mi imaginación. No lo sé, no estoy segura. Siempre estoy segura de todo, pero, esta vez… ¡no lo sé!
La experiencia es inenarrable. No tengo recuerdos enteros, solo flashes aterradores. Vienen a mi mente imágenes sin sentido, alienantes, desordenadas. Son cosas que no entiendo, que no tienen razón de ser, que no sé como explicar.
Por momentos siento que me estoy volviendo loca. O tal vez sean ellos los que quieren que me vuelva loca para que no cuente lo que tengo que contarles. Para que no diga a nadie que es lo que me hicieron.
No sé si alguna vez alguien vaya a leer esto, tampoco se si voy a animarme a seguir escribiendo. El miedo se apodera de mi, los siento y los presiento cerca de mi. Me rodean me acechan, vigilan mis movimientos y hasta mis pensamientos.
Tengo que distraerme y distraerlos para advertir y advertirles a todos, no sé como hacerlo. Ellos me arrancaron de aquí, me llevaron a un lugar que no puedo describir, era un lugar extraño. Sentí frío, calor y, sobre todo, pánico.
Todo era silencio. No había ningún ruido, ni siquiera el de sus voces. Ellos no hablaban, no emitían sonido, se comunicaban a través del pensamiento. Sólo hablaban dentro de mi cabeza, me daban órdenes. Trataron de ser amables.
Con unos complicados y sofisticados equipos, estudiaron cada célula de mi cuerpo, midieron y pesaron todos mis órganos, incluso mi cerebro. Varias veces pude verme fuera de mi cuerpo, ví lo que estaban haciendo, ví como eran y lo que eran.
Me contaron cuales eran sus planes, donde iban. No quise escucharlos pero ellos me obligaron. Grabaron en mi memoria nombres, listas, caras, lugares. Me dijeron que ahora nada tendría sentido para mí, pero que pronto lo tendría.
No sé que hacer, ni a quien acudir. Estos parecen los dichos desesperados de una persona que se está volviendo loca, o peor aún, que ya lo está. Si estas leyendo esto, es por que vos sos el próximo, y nada vas a poder hacer…

miércoles, 4 de enero de 2012

Sólo él...con su conciencia

A veces,  pequeñas situaciones nos disparan sentimientos, sensaciones que nos resultan molestas, incómodas. Son cuestiones que guardamos celosamente en rincones recónditos de nuestro ser. Esos rincones a los que no se accede fácilmente, porque es el lugar que abarrotamos de cosas inútiles para que su entrada sea infranqueable y nuestra permanencia resulte imposible.
Y eso fué lo que le pasó a Javier. Una situación pequeña, casi sin importancia, que disparó en él sentimientos que lo llevaron a una evaluación sistemática y profunda de su vida. Entonces pensó cuando había sido la última vez que había hecho algo por alguien. Su memoria no lo ayudaba, no recordaba nada.
Fue entonces cuando replanteó la pregunta, y la formuló nuevamente con algunos cambios ¿Cuándo hizo algo por alguien, desinteresadamente, porque sí? Y tampoco lo recordó. “Tengo una pésima memoria, algo debo haber hecho, debo haber tenido alguna actitud generosa. Lo que pasa es que no lo considero.”
“Tal vez, si llevara un cuaderno de buenas acciones, y anotara allí todo el bien que hice, podría consultarlo y recordarlo. Pero la verdad es que nunca imaginé hacerme este planteo, y mucho menos encontrar una respuesta, y aún peor, sentirme mal por no recordar nada.”
Esa reflexión pacificó un poco su conciencia, se sintió autoexculpado, autoredimido. Todo se debía a su falta de memoria, el era un ser generoso, solidario, atento con todos aquellos que lo rodeaban. La cuestión era que no recordaba sus buenas acciones.
La explicación era de lo más sencilla, su mala memoria se combinaba y potenciaba con su desinterés por recordar y recopilar en un digesto, todas sus buenas acciones. ¿De qué sirve? Si se hizo se hizo, eso es lo que importa. Entonces ¿para qué recordarlo? Eso sale sobrando.
Lo extraño, y lo que más le molestaba, era que podía recordar algunas cosas, detalles si se quiere “no del todo buenos o amables”. Actitudes no del todo deseadas, que había tenido con sus compañeros de trabajo. Y haciendo memoria también había recordado “algo similar” respecto de sus novias de turno, y su familia.
“Puede decirse que soy una persona con una gran autocrítica”, se dijo Javier. “Recuerdo cosas no del todo buenas y no las buenas.” Ese enunciado lo dejó tranquilo, satisfecho consigo mismo, ufano por tener tan bella cualidad de saber analizarse y ver sólo lo que tenía que corregir.
Entonces ¿Por qué se seguía sintiendo tan mal? Porque ese lugar en él guardado celosamente estaba saliendo a la superficie. Y reclamaba ser revisado, porque esa voz interior le señalaba que no era algo bueno que sólo recordara lo malo.
“El recordar lo malo implica que no hay bueno”, se dijo. “¿Y si no hubiera nada bueno en realidad? ¿Cómo puede ser que no haya hecho nada bueno en mi vida? No, es inaceptable… imposible, me resisto a creerlo.” Entonces apareció su conciencia, ese objetor mudo que tenemos dentro, que muy pocas veces escuchamos y al que mucho menos le hacemos caso.
El y su conciencia luciendo un impecable e inmaculado traje blanco, para no ser confundida con el entorno, se trabaron en un diálogo. Diálogo que tuvo sus altas y sus bajas, que pareció de locos, sin sentido, circular y estancado. Una conversación que tuvo sus altas y sus bajas, que puso blanco sobre negro, que sacó las cuestiones de sus escondites, les sacudió el polvo y las puso en primer plano para que por fin sean vistas y evaluadas.
Ese diálogo que empezó de una manera poco original pero efectiva, con un: “¿Por qué te parece inaceptable y te resistís a creer?” Y siguió con un segundo porque, pero esta vez caló más profundo y fue por más, buscó ese lugar muy recóndito. Y abrió de par en par, con mucha dificultad esa puerta que estaba casi sellada.
Estaba ahí de pie, con la cabeza en alto, desafiante, en ese lugar vedado. Ese lugar que no debía ser tocado, porque de serlo produciría un dolor enorme e intolerable. Eso a ella nada le importó, fue allí de manera directa, certera, demoledora. Haciendo las pregunta que debía hacerse, y esperando la respuesta que debía darse.
“¿Por qué te engañás Javier? Estas hablando conmigo, no podés engañarme y mucho menos engañarte. Vos conoées mejor que nadie las respuestas. ¿No es así?”
Javier no sabia que contestar, el embate había sido duro, irresistible. No podía haber una salida neutra, estoica, ella iba a todo o nada. Uno de los dos debía ser el vencedor, el otro sería el derrotado, y lo peor es que debía reconocer esa derrota.
“Y, sí” le dijo ella con una irónica sonrisa mirando sus largas uñas rojo fuego, “no es fácil. Solo los grandes pueden reconocer una derrota, vivir con ella y superarla. Los demás sólo quedan en el intento, son los grandes olvidados, los seres que nadie recuerda.”
Eso lo hizo enfurecer, la realidad de su vida estaba ante sus ojos. Y había sido traída especialmente por su conciencia, desde lugares exóticos y recónditos de su ser. No tenía muchas opciones, lo tomaba o lo dejaba.
El tomarlo era lo menos sencillo, implicaba reconocer y asumir lo hecho, hacerse cargo de las acciones e intentar enmendarlas o enmendarse. El dejarlo era lo más tentador, lo más simple. La ignorancia borra todo, la mala memoria es un aliado invalorable. Después de todo ¿Quién iba a saberlo? Solo él… y ella, sobre todo ella.
Eso le importaba, lo inquietaba, lo incomodaba. Sus sensaciones y sentimientos eran transparentes, inocultables ante ella. Ella que se había constituído en un instante en juez y parte. Ella que como un verdugo lo obligaba a caminar por lugares que él no estaba dispuesto a recorrer. Ella que con un sólo gesto y dos preguntas tiró abajo su sólido enunciado que le daba la redención, y danzó sobre los escombros.
“Vamos Javier, dame un sí o un no y te dejo en paz. ¿Cuál va a ser tu elección? ¿Cómo va a ser tu vida en el futuro? Tenés que decidirlo ahora mismo, yo también estoy siendo juzgada y no lo merezco. Hay quienes piensan que estoy ausente en vos. Necesito que respondas, porque de eso también depende mi redención o mi condena.”
Esas palabras calaron muy hondo, llegaron allí a lo más profundo, a lo que estaba celosamente guardado y olvidado. Javier dejó caer su coraza protectora, quedó con el corazón y los sentimientos expuestos. No había donde refugiarse, ni donde esconderse, ni con que cubrirse para no ser visto. Todo estaba allí, expuesto, eso era él.
No podía negarlo, debía asumirlo, hacerse cargo de lo que había hecho. Debía tomar todo aquello que no le gustaba, que escondía para olvidar, colocarlo dentro en un lugar visible, procesarlo, para tratar de no volver a ser lo que era. “Está bien.”, le dijo con estoicismo y una valiente convicción, “Asumo mi derrota, voy a cambiar.”
“Muy bien, Javier”, le susurró su conciencia con una sonrisa de dulce y victoriosa satisfacción, “hiciste una muy buena elección.”

lunes, 2 de enero de 2012

Amar en tiempo de amar

Lo miraba desde su escritorio, lo seguía con la vista de un lado a otro. No se perdía un solo gesto, ni una palabra que proviniera de él. Fue la primera persona a la que vió cuando entró a trabajar allí y de eso habían pasado ya cinco años. El había ingresado un año antes en la empresa. Marcos era una persona muy sociable, simpático, todos en la empresa sabían quien era.
En cambio Marina era muy reservada, sólo se dedicaba a su trabajo y a mirarlo a él. Estaba más que enamorada, si se puede estarlo. Ella se creía invisible para él, insignificante y cuando se enteró de la noticia, el mundo se le vino encima. No podría creer lo que estaba escuchando, ni viviendo.
Pensaba que era un mal sueño, quizás pronto se terminaría, y todo volvería a la normalidad. El haría su vida como siempre, y ella estaría ahí para contemplarlo arrobada, para admirarlo. Para soñar despierta esperando el momento en que él la notara y se enamorara de ella.
No cabía otra posibilidad. Él era para ella, sólo para ella. ¿Como podía ocurrir una cosa así? No tenía el menor sentido, por más que le daba vueltas y vueltas al asunto, no le encontraba explicación. ¿Como no se había percatado justamente ella?. ¿Como no conocía lo suficiente al hombre que era el amor de su vida?
Por eso, cuando el chico que se sentaba junto al escritorio de su “príncipe azul” le dijo que estaban juntando plata para hacerle un regalo de casamiento a Marcos, que se casaba con una chica de contaduría, Marina se sintió morir. Él y sólo él era la razón por la que se levantaba cada mañana.
¿Por qué a él no le pasaba lo mismo? ¿Por qué no la notaría? ¿Por qué no la vió a ella y sí a la chica de contaduría?
Los porqués, los como, se sucedían uno tras otro. Eran hirientes, lacerantes, interminables. ¿Cómo no la eligió a ella? Nadie en el mundo lo amaba ni lo amaría como ella lo amaba. Los otros eran amores efímeros, pero el de ella era real e incondicional. Sería por siempre y para siempre.
Durante el relato de su interlocutor, se producía en Marina una hecatombe incontrolable de sentimientos. En algún momento del sentido y detallado monólogo, ella fue devuelta a la triste realidad.
“Bueno Marina, le decía él con cara de circunstancia, yo sólo quería avisarte, no tenés obligación de poner para el regalo. Después de todo, creo que casi no conocés a Marcos. Ahora que lo pienso, creo que nunca te ví hablando con él, tenés razón en poner esa cara. Discúlpame, fue una mala idea molestarte con ese tema”.
Pero la cara que tenía Marina, no era una cara de no querer colaborar con el regalo de un “desconocido”. Sino que era una cara de desazón, de tristeza, de sentimientos aniquilados, de amor negado y arrebatado. Se sentía devastada, sin fuerzas, aniquilada, destruída. Sentía como si una bomba hubiera explotado dentro de ella.
Ese día y los subsiguientes, con los correspondientes comentarios y narraciones y los preparativos fueron intolerables, dolorosos. Ella debía ser la protagonista. Siempre lo creyó así, pero no lo era. La situación la desbordó, por lo que tuvo que pedir licencia por enfermedad. Era la primera vez que faltaba a su trabajo en cinco años. “Que ironía”, pensó, “no falté nunca para verlo, esta vez tuve que faltar para no verlo”.
Poco a poco, se fueron apagando los estertores de la celebrada boda, y todo fue volviendo a la normalidad. Y Marina hizo esfuerzos denodados para volver a la suya. Bueno casi. Marcos, su amor ahora era imposible, inalcanzable, era un hombre casado. Ya no podía ser el protagonista de sus sueños, ni el destinatario de su amor.
Ella trataba de sobrevivir como podía día con día, ponía toda su voluntad, toda su fuerza para salir de esa situación tan terrible. Un día escucho la conversación de dos de sus compañeras.
“¿Te enteraste?”, le decía una a la otra con cierto grado de malicia en su voz. “A Marcos lo abandonó la mujer…”.
“¿Como? No puede ser”, le respondió, “¿Quién te lo dijo? Si, ¿cuánto hace que se casó? ¿Un año? No sé si llegan al año”.
“Si”, le respondió la portadora de la noticia, “Debe hacer un año más o menos. Parece que ella se fue con un gerente de contaduría, un tipo con cargo. Un escándalo, si no tapan bien el asunto va a tener que renunciar… Ya lo sabe todo el mundo”.
Ese comentario reavivó las esperanzas de Marina, sentía nuevamente la sangre corriendo por sus venas, y a su corazón latir con más fuerzas que nunca. Él era nuevamente un hombre libre, debía recuperarlo. “No”, pensó Marina, “recuperarlo no, en realidad él nunca fue mío. Debo conquistarlo”.
Esas palabras fueron su decreto, su mandato, su designio terrenal, debía cumplirlo, no había otra posibilidad. Y así comenzó a transitar el camino que la llevaría hasta su meta. El primer paso fue que él se enterase de su existencia, luego ser su amiga. Posteriormente la confesión, su valiente confesión.
Y después escuchó la de él, “¿Sabés?, le dijo Marcos, “Vos siempre me gustaste mucho, pero estabas tan ensimismada en tu trabajo, tan en tus cosas, que pensé que ni me registrabas, que ni sabias quien era, no me di cuenta de nada. Por eso no me animé a decir nada, fuí un estúpido”.
Al oír esto Marina primero sonrió, y luego rió. “El destino escribió nuestra historia así, ¿qué vamos a hacer Marcos? Lo bueno es que se escribió.” Lo miró tiernamente y muy profundo a los ojos, y se dieron ese primer beso apasionado… el primero de tantos.