lunes, 6 de febrero de 2012

Estar en el cielo...

Me desperté al escuchar mi nombre. Estaba sola. Miré en mi derredor, y nada, todo estaba en silencio. La habitación estaba oscura. Prendí la luz, para cerciorarme, y tampoco ví nada ni a nadie. El sueño me vencía, los párpados me pesaban y los ojos se me cerraban, así que apagué la luz rápidamente y volví a dormirme.
Mi sueño era extraño, aún más extraño que de costumbre. Lo primero que ocurre habitualmente en mis sueños es una sucesión de imágenes inenarrables e irreconocibles. Fragmentos claroscuros sin sentido se agolpan, junto con imágenes que se tornan irreconocibles debido a la velocidad a la que transcurren.
Aunque esta vez se produjo una innovación en mi sueño. Salí por mis parpados y me elevé, mucho, mucho. Traspasé el techo y fui directo al cielo, pude tocarlo y atravesarlo. Veía como mis manos abrían surcos entre las nubes, que permanecían así unos segundos. Sentí su olor, ese perfume a aire puro y fresco.
Pude volar y correr sobre su superficie. La sensación era extraña pero agradable. Era consciente de no tener noción del tiempo, y de tener todas mis sensaciones a flor de piel. Era un sueño de lo más vivido, real, no como los otros que eran planos y simulados. Este no- sueño no utilizaba la información que tenía en mi cerebro para transcurrir, porque esa información nunca estuvo ahí.
Podía correr muy velozmente, casi volar por las nubes, sin cansarme, sin perder el aliento. Todo era muy mágico, se iban haciendo caminos a medida que presentían mi presencia, y cuando no las había daba un salto hasta la próxima o directamente volaba.
Al principio no me sentía muy confiada de volar, tenía vértigo, mucho vértigo. Volaba sin poder mirar hacia abajo, sólo abría los ojos por pequeños lapsos. Aunque después me fuí acostumbrando, y, de a poquito, comencé a poder mirar para abajo. Y a disfrutar el paisaje. Por primera vez tuve la mente en blanco, ningún pensamiento se cruzaba por ella.
Tenía una agradable sensación, un bienestar mezclado con paz y saciedad. Por primera vez en la vida sentí que no necesitaba más, que lo tenía todo. El cielo era mío con sus nubes y con los rayitos de sol que pegaban en mi cara tan dulcemente como si la acariciaran.
Volé alto, muy alto, y después fui bajando. De a poquito, casi sin darme cuenta, suave y progresivamente, perdí altura. Hasta que sin notarlo dí un pasito y toqué tierra. Estaba en un vallecito, rodeado por sierras, árboles muy verdes, había hasta un laguito limpio y cantarín.
Los rayos del sol se colaban por entre los árboles y lo iluminaban, creando un efecto sublime. Mire alrededor e inmediatamente reconocí donde estaba. Era mi lugar preferido en el mundo, un lugar que conocí en unas vacaciones cuando, tenía 11 años.
Ese lugar me enamoró, me cautivó, cuando algo no me gustaba o trataba de calmarme por que había tenido un mal día, me transportaba allí. Ese lugar que me rodeada, me envolvía y me embriagaba con sus perfumes. Con sus olores, conformados por una mezcla por momentos irreconocible y por otros reconocible de olor a verde con olor a río, a yuyos, a flores silvestres sumados al olor a río a campo, a tierra.
Era mi lugar perdido, mi espacio mágico y secreto, el lugar en el que me hubiera gustado vivir. Ese era el lugar que yo hubiera elegido como mi cielo, mi edén, mi pequeño paraíso. Ese era el lugar donde hubiera querido estar eternamente. Entonces alguien volvió a pronunciar mi nombre. Pero esta vez no se detuvo, lo hizo una y otra vez. Era como una letanía, una especie de mantra que repetía sin cesar.
Me distraía, me exasperaba, me irritaba, me tapé los oídos con fuerza para no escucharlo. No quería que esa voz pronunciando mi nombre invadiera mi lugar, y me invadiera. Pero algo pasó, y ese algo me arrastró. Sin poder evitarlo comencé a descender, como cuando se cae en un sueño.
La sensación era desagradable, violenta. Todo se sucedía rápido, era como viajar en un tren descontrolado a máxima velocidad. Intenté volver, pero no pude. No pude, por más que lo intenté. Comencé a ver luces a mi paso, y otra vez tuve el sueño con imágenes incoherentes, oscuras y deshilachadas.
Cuando abrí los ojos, mi novio estaba sosteniendo mi mano muy fuerte, demasiado fuerte. Tenía el rostro bañado en lágrimas y un corte muy profundo en la frente del que salía mucha sangre. Lo miré desorientada, no entendía lo que estaba pasando.
“Te llamé y no me contestabas, me pareció que no respirabas, traté de reanimarte. Pero no reaccionabas, no sabia que más hacer, estaba desesperado. Grité, y te grité hasta que se me ocurrió gritar tu nombre, lo hice una y otra vez, como un loco, sabía que si escuchabas mi voz ibas a volver. Tuvimos un accidente”, me dijo

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