lunes, 26 de septiembre de 2011

Los caminos del amor...

El de él sería el último rostro que Celia vería en muchos años. Ese había sido un día difícil, tal vez el peor de su vida. Su madre abandonaba a su padre por su amante. El joven artista, al que era la primera vez que veía y cuyo nombre desconocía, había venido a ayudar a su mecenas a mudarse a su nuevo hogar, donde vivirían juntos, y él estaría protegido.

Simultáneamente, el padre de Celia cargaba su revólver apuntándolo a su corazón y disparando. Para, tal como lo dijo en la carta de despedida que dirigió sólo a su mujer, terminar con la agonía de su corazón roto.

Al oír el disparo, su madre salió rápidamente de la casa sin siquiera inmutarse. El joven amante quedó petrificado, sus ojos se habían encontrado con la cara de terror de Celia y no lo dejaban moverse.

Por un momento, los ojos de uno y otro llegaron a fundirse los unos con los otros por distintas razones. La escena duró sólo unos segundos pero ellos lo sintieron como una eternidad, como si el tiempo se hubiera detenido.

De pronto, Celia sintió un fuerte latigazo en la sien que la hizo reaccionar, y comenzó a subir la escalera corriendo. Él todavía turbado, giró sobre sí y se encaminó hacia la puerta siguiendo los pasos de su amante.

Al llegar arriba, Celia sufrió un vahído que la hizo perder el equilibrio y rodar por la escalera. Cuando despertó, habían pasado ya cuatro días. Su padre yacía en la bóveda familiar y ella estaba ciega. También sola, su madre había emprendido un viaje con su nuevo amor, y aunque así no hubiera sido, tampoco hubiera estado allí.

Su hija sólo vino a este mundo por un pedido de su ex marido, para ella no era algo importante en su vida, sino que sólo fue un paso más para la consecución de su meta. La madre de Celia provenía de una familia humilde, era dueña de una gran belleza y propietaria de una ambición desmedida. El padre de su hija era un hombre mucho mayor que ella, no le atraía, pero haría realidad sus sueños.

Durante su vida juntos, ella se interesó por el arte a la vez que no se privó de tener amoríos. Que fueron conocidos, aceptados, avalados  y soportados estoicamente y sin reclamos por su esposo. Él la amaba, y sabía que, ni aún pagando el precio, ese amor iba a ser retribuído. Pero ante todo era un hombre de negocios. Y este era uno al que él hubiera catalogado como “de los buenos”.

Celia conocía mucho de ausencias y sinsabores. A pesar de pertenecer a una familia adinerada, nunca fue una persona feliz, ni querida. Desde pequeña fue muy solitaria, callada y tímida. Y ahora esto. Dentro de todo ella era una persona que tenía una vida, y una vida dedicada al arte, en especial a la  pintura. ¿Cómo seguir entonces?

El médico que la trataba le dijo a Celia que tal vez esto fuera temporal, que tal vez su vista volvería al igual que se había ido. La ceguera fue causada por el golpe y el trauma. No obstante le aconsejó que iniciara una terapia y una rehabilitación. Y así lo hizo, el consejo que le había dado ese médico era lo más parecido a un acto paternal, como los que nadie le había dispensado nunca.

Así lo hizo. También retomo su labor artística, por años pasó por varios docentes y maestros.Tuvo que reaprender y aprender nuevas y distintas técnicas. El problema era que algo le faltaba, no había pasión en su obra. Pintaba perfectamente, con una técnica impecable, pero sus pinturas carecían de alma. Ella podía sentir los colores con la yema de sus dedos y tenía delimitados los espacios perfectamente en su cabeza. Podía plasmarlos en el lienzo fielmente y con extrema corrección, pero sólo eso.

Hasta que un día llegó él, un artista de dudoso talento, pero que le trasmitía ese fuego sagrado que a ella le faltaba. Despertó en ella esa pasión dormida por años. Sus pinturas comenzaron a cambiar, a sentir y a vivir por sí solas. Ella comenzó a trascender como artista gracias a él, o gracias a lo que por él sentía . Sus obras eran todo sentimiento y corazón. El mismo sentimiento que ellos tenían el uno para el otro,  y que finalmente se animaron a confesar.

El terminó con una relación de muchos años, que casi había terminado antes de empezar. Pero por distintas circunstancias la había mantenido muy a su pesar. Finalmente se fueron a vivir juntos. Celia era feliz como nunca lo había sido, no podía creer la suerte finalmente le sonreía. Años después contrajeron matrimonio y hasta estaba en sus planes el tener hijos.

Una mañana Celia abrió los ojos y después de muchos años volvió a ver. Como su médico se lo había dicho, su vista volvió tal como se había ido. Su alegría era inconmensurable, tenía ganas de gritar de alegría, pero no quería asustar a su esposo que aun dormía. Así que se dio vuelta, y vio su cara por primera vez… En realidad, fue por segunda. Inmediatamente lo reconoció, era el hombre por el que su madre había dejado a su padre.

¿Qué hacer, entonces? Se levantó y se vistió, tratando de no hacer ruido. La cabeza le estallaba, las preguntas se sucedían en su cabeza con la velocidad de las escenas de una película muda. ¿Él lo sabía? ¿El recordaría su cara como ella lo recordaba?

¿Debería emular a su padre en este momento y seguir la tradición familiar? Bajó corriendo la escalera, fue a la biblioteca, tomo un papel y comenzó a escribir una carta de despedida. Luego se dirigió a la puerta de calle, la abrió. La brisa cálida acarició su cara a las vez que un rayo de sol se colaba entre las ramas de los arboles dándole los buenos días.

En ese momento vió todo por primera vez en su vida, y  a pesar de todo, se sintió viva. Una frase se cruzó por su cabeza: la vida te da y te quita. Entonces se respondió en voz alta a modo de explicación: esa la forma que ella tiene para mantener el equilibrio. Sonrió, cerró la puerta y se fue.

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