viernes, 13 de enero de 2012

Un acto de amor

La confesión que su mujer le había hecho lo hirió en lo profundo. No podía creer lo que ella le estaba diciendo. No lo entendía. Le pregunto varias veces a lo largo del relato si era una broma, pero ella le respondió que no, que jamás había hablado tan en serio.
Nunca había hablado con nadie de ese tema, nunca se había animado a contárselo a nadie. Para ella fue una liberación habérselo contado, sólo en él confiaba. “Sos la única persona en este mundo que lo sabe. Debía contártelo a vos primero, no podía ser de otra manera”.
“Dudoso privilegio”, pensó. Se levantó del sillón sin poder articular palabra. Estaba yendo a la cocina a servirse un vaso de agua cuando algo lo detuvo. Volvió la cabeza, la miró a los ojos muy profundamente y le hizo la pregunta. Esa pregunta que sólo se hace cuando se está muy seguro, o muy desesperado. Esa pregunta cuya respuesta a veces es obvia y otras sale sobrando.
“Pero, ¿vos me querés a mi?” le preguntó.
“Sí”, le dijo ella, “Te quiero mucho, pero no estoy enamorada de vos. No podría, nunca pude, jamás estuve enamorada de un hombre. Siempre supe que era diferente, nunca pude asumirlo. A vos te quise más que a nadie, por eso me casé con vos. Al principio, pensé que con el tiempo, podría enamorarme. Pero no fue así”.
“Sé que con esto te estoy hiriendo, no sé como repararlo, no te das una idea lo mal que me siento, No podía seguir mintiéndote y mintiéndome, no puedo seguir a tu lado atándote a una ficción. Nunca me gustaron los hombres, las veces que me enamoré fue de una mujer”.
“Y ahora estás enamorada”, preguntó él.
“No”, le respondió ella, “Primero tenía que resolver lo nuestro. Te repito me costó mucho tomar esta decisión, confesarte lo que te confesé”.
Por más que hablaban sobre el tema como dos viejos amigos, él se sentía aniquilado. Estaba abrumado, desorientado, solo tenía dudas y preguntas inútiles que lo único que hacían eran herirlo. Ella era el amor de su vida ¿Cómo nunca se había dado cuenta de nada? ¿Cómo no lo había notado?
Sentía que su mujer era una extraña, una persona ajena. ¿Quién era ella en realidad? Sin duda, ella no era la que él creía que era, sin duda era una persona diferente. Alguien que sentía y amaba no como el creía, sino en forma diferente.
“Yo te amo”, le dijo él, “Quiero que seas feliz, eso es lo único que me importa. ¿Qué puedo hacer por vos?”
“Nada”, le dijo ella, “No puedo pedirte nada más”.
Pasaron dos años desde aquel día. Ella estaba intentando armar su vida en torno a su asumida condición. El amor todavía no le había llegado, aunque eso era algo que no le preocupaba. En todo ese tiempo no había tenido ninguna noticia de su marido. Tampoco intentó llamarlo o saber de él, sabía que el la amaba y ella le había hecho mucho daño ¿Para qué hacerle más?
Una tarde de sábado, su teléfono móvil sonó. Miró el identificador, y era él. Su corazón se aceleró, estaba emocionada, respiró muy profundo y atendió. “Hola ¿Cómo estás?”
“Muy bien”, le dijo ella.
“¿Estás en tu casa?”, le preguntó su ex con una voz un tanto extraña.
“Si”, le contestó, “¿Querés venir? Tengo ganas de verte”.
“Muy bien, en un rato estoy ahí”.
Cuando ella abrió la puerta, no podía creer lo que veía. Era su marido. En realidad ya no era ni su marido ni un él, porque él se había convertido en ella, por y para la mujer que amaba.
Ella lo miró, la miró y no podía creer el cambio, no podía creer ese acto de amor, por el cual lo amó y se enamoró como nunca se había enamorado en su vida.
Esta tarde volvieron a casarse, aunque esta vez no como él y ella. Esta vez fueron ella y ella, esta vez ambas estaban enamoradas, y esta vez ellas serán felices por siempre.
Nota: Este cuento surgió por una nota que leí en Clarín. La noticia era un tanto escueta. Decía que el marido tras haberse divorciado de su esposa se había cambiado de sexo. Posteriormente volvió a casarse con la que había sido su esposa. El resto lo hizo mi imaginación…

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