martes, 22 de noviembre de 2011

La Confiable Justicia Divina

Hoy era el día, debía hacerlo de una vez. Todo estaba preparado, las condiciones estaban dadas. Había hecho las averiguaciones pertinentes y el seguimiento. Hacía cinco años que lo estaba planeando, le llevo mucho tiempo y energía llegar hasta ese momento, pero había valido la pena. Finalmente, estaba listo.
Hacía algo más de un año que César estaba libre. Que irónico. Él estaba libre. Cada vez que lo recordaba el corazón le daba un vuelco y la ira lo cegaba. César ahora podría hacer lo que quisiera: ir, venir, reír, caminar, reunirse con sus amigos. Sin embargo, ella… No importa, se dijo, todo va a cambiar.
Antes de salir repasó por última vez lo que haría. Lo hizo durante gran parte de la noche, hasta que se quedó dormido. A la mañana, al despertarse volvió a hacerlo. Todo estaba cubierto, nada había quedado librado al azar, había planeado cada palabra, cada movimiento.
Había observado a César, lo había fotografiado, radiografiado. Conocía de sobra como iba a ser su reacción, que diría, como lo diría y para que lo diría. Sabía también cual sería su contrarreacción a la reacción de él. Nada iba a salir mal, no habría sorpresas, ni contratiempos, ni fallas de ningún tipo.
Lo estaba planeando desde hacía mucho, el último año lo había dedicado a perfeccionar su plan. Lo afinó, le dió ciertos ajustes, un estilo, lo embelleció para dedicárselo a ella. Inés se merecía eso y mucho más.
Memorizó cada detalle de manera que todo estuviera aceitado, de manera que cada cosa encajara dentro de otra como los engranajes de un reloj. Todo estaba dispuesto, y así se haría. Miró la hora, cerró la puerta de su casa y se puso en camino.
Iba a hacer justicia. Iba a darle a ella la justicia que la Justicia le había negado. Siempre había estado en contra de la justicia por mano propia, el ojo por ojo y diente por diente le parecía algo que no era de esta época.
Una reacción irracional, un hecho de bárbaros. Siempre había creído en la Justicia, hasta que él la necesito. Hasta que la muerte de Inés quedó casi impune. Cesar le había quitado la vida, y la Justicia no lo había condenado.
Con su venda en los ojos no había visto los hechos como él los veía, como debían haber sido vistos. Todo fue rápido e incompleto. Cesar había tomado la vida de Inés y no había pagado todo lo que debía. La deuda estaba vigente y él la cobraría.
La deuda se extinguiría de una sola y única manera: tomaría la vida de Cesar por la vida de Inés. Con ese acto no la recuperaría, eso lo tenía muy claro, esa maravillosa mujer de la que él estuvo enamorado durante años, y ella consideraba solo un amigo, no volvería mágicamente a la vida. Esa mujer que Cesar no supo valorar estaba muerta, ese era un hecho que ni él ni nadie podría cambiar.
Lo único que estaba en sus manos era equilibrar las cosas. Darle a cada quien lo que se merecía, quitarle a Cesar lo que él le había quitado a Inés. Eso mantendría el equilibrio, eso le daría paz de conciencia, eso era lo que cada uno merecía. En definitiva con ese acto, cada quien tendría lo que le correspondía.
Finalmente llegó a la casa de Cesar. Era temprano, faltaban unos minutos para que él saliera. Así que espero pacientemente, estaba muy calmado. Eso no lo asombró, esa misma situación la había vivido muchas en su cabeza, tal vez demasiadas. Eso debía terminar cuanto antes.
Cuando vio encenderse la luz de descenso del ascensor, se puso en marcha para salirle al encuentro. Cesar salió del ascensor, abrió la puerta del edificio y lo vió. Él se paró frente a Cesar, clavó sus ojos en los suyos y con un tono calmado, profundo, casi con cierto dejo de dulzura le dijo: ”Vengo a matarte”.
Cesar le sostuvo la mirada, sus ojos mostraban una profunda tristeza y un marcado abatimiento. Que al pronunciar la sentencia se tornó en alivio. Inmediatamente contestó: ”Te lo agradezco de todo corazón. No pasa un segundo sin que piense en ella y me arrepienta de lo que hice. Mi vida es una tortura, ya no soporto vivir así, pensé en quitarme la vida, pero no tuve el valor. Al fin el cielo escuchó mis oraciones”.
La confiable Justicia divina había comenzado a poner en marcha su maquinaria, y a poner las cosas en equilibrio. No tenía sentido tomar la vida de Cesar, para que quitar la vida y darle el alivio. Su vida misma era su máximo castigo. Así que se dio media vuelta, y se fue teniendo la certeza que Inés, por fin, descansaba en paz.

No hay comentarios:

Publicar un comentario