viernes, 18 de noviembre de 2011

Unidos por el caminio

Subió al micro, y se dejó caer en el asiento. Estaba abatida, los últimos días habían sido largos, espantosos, tristes, duros. La vida había reservado turno para todas las malas experiencias que pudo reunir.
Respiró profundo, sacó un libro y comenzó a leer. Quería distraerse, ocupar la mente, no pensar. Al terminar esa primera página, levantó la vista. Algo la distrajo y su mente tomó el control. Primero le trajo una reflexión: era el primer viaje que hacía sola. Siempre había viajado acompañada, menos esta vez. Luego comenzó como una enajenada a traer una sucesión interminable de imágenes, recuerdos dolorosos y amorosos.
Inevitablemente surgió la pregunta: ¿dónde se fué el tiempo, cuándo transcurrió que no me dí cuenta? Todavía tenía vívido en su memoria aquel primer baile en el que estrenó su primer vestido largo. ¿Pero, qué pasó después? ¿Cómo llegué hasta aquí? La respuesta era simple, tan simple como demoledora. Ni siquiera quería pensarla, pero debía ser valiente y enfrentarlo.
Ella era la causa, y su hija su consecuencia. Hacemos elecciones. Quizás no siempre son las mejores, quizás nos parecen las mejores en ese momento. Después, a la luz de los acontecimientos, vemos que son tremendos errores. Claro, de eso nos damos cuenta cuando es demasiado tarde, cuando ya no hay vuelta atrás, cuando el daño esta hecho o la vida esta gastada como en su caso.
Siempre había estado con ella, desde que ella la engendró y hasta el día de su muerte. Había vivido por y para ella, la vida que ella hubiera querido. Había vivido una vida ajena, que no le pertenecía, que no le era propia, que no hubiera sido la que quería. Era la que ella quería y eso era suficiente. Y fue valiente y se preguntó, ¿era suficiente? La respuesta fue inmediata, tajante. “No”, pronunció en voz alta.
Por primera vez en muchos años se sintió aliviada, era libre. Todavía no sabía muy bien que iba a hacer con esa libertad. Por lo pronto se dirigía a la costa, a la casa de unos familiares a pasar unos días. Allí podría pensar más claramente, evaluar que rumbo iba a tomar su vida. Todavía era una persona joven, o al menos así se consideraba. Se sentía optimista al pensar en el futuro, Nada podía ser peor que su pasado.
Una voz que encerraba una pregunta la trae a la realidad ¿Qué frío hace no?, un señor se había sentado a su lado y buscaba conversación. Debía tener cuidado, el viaje era largo, debía asegurarse que ese hombre que en principio la atrajo no fuera un pesado insoportable.
Transcurrida media hora ya conversaban como si se hubieran conocido de toda la vida, Inmediatamente simpatizaron, apareció ese lazo invisible, esa mágica comunión que llama a los más puros y nobles sentimientos. Había miradas profundas, esas en las que se dice todo sin decirse nada.
Respetaban los tiempos, se escuchaban con una atención suprema. Para quien los observaba, más que un diálogo parecía una ceremonia en la que cada vez que uno tomaba la palabra, daba al otro precisas instrucciones para obtener el secreto de la eterna felicidad.
El le contó que iba a la costa por negocios, hacía unos años se había separado de su esposa. Todavía quedaban algunas heridas abiertas y sentimientos a flor de piel. Ella también le contó su vida, al menos la parte pertinente. Le contó que su madre había muerto recientemente, omitiendo ciertos detalles. No quería dar lástima y mucho menos a él.
Cuando llegaron a destino, se miraron a los ojos por unos minutos y se dijeron todo cuanto debían decirse. Luego se tomaron de las manos y se fueron juntos. Por esas cosas de la vida, se habian encontrado el uno al otro. En ese momento en que ella pensó que era el peor, en el que creyó su vida agotada y malgastada. En ese momento que tal vez no era el mejor, fué valiente y tomó la decisión correcta.
Pasaron ya 10 años desde aquel día, con días buenos, mejores, malos y de los otros. Ellos siguen juntos, mirándose, extasiándose y amándose como el primer día.

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